miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Señor protege el camino de los justos

jueves, 16 de mayo de 2013

LA FUERZA DE LA FE (Marcos 2:1-12) La popularidad de Jesús es sorprendente, especialmente entre el pueblo, debido a los milagros que hacía. Por ejemplo: sacó el espíritu de un inmundo, sanó a la suegra de Pedro, sanó a unos leprosos, sanó a muchos que padecía de terribles enfermedades. Desde ya esto implicaba mucha curiosidad de parte de la gente que quería ver en directo lo que Jesús era capaz de hacer. Es así como el relato bíblico nos da cuenta que había mucha gente en la puerta y ya no se podía entrar en la casa. En medio de esa situación aparecen en la escena y ante la sorpresa de todos y del mismo Jesús, un grupo de cuatro osados amigos de un enfermo que padece de parálisis total. Pero lo sorprendente en este relato no es su presencia sino la forma cómo lo hacen, entrar por el techo de la casa. Esta forma ingeniosa de llegar a Jesús es debido a que ya no podían entrar por la puerta al haber tanta multitud y para ello se ingenian una nueva manera: hacer un hueco en el techo de la casa bajar por ahí al amigo enfermo. ¡Que tal ingenio y empeño por llegar a Jesús! ¡Hasta dónde había llegado la fama de Jesús! Es tal la fuerza de la fe en Jesús de estos varones para sanar a su compañero enfermo, que Jesús es conmovido a sanarlo. Él, en su infinita misericordia pronunció aquellas benditas palabras que habría de liberar al hombre de su postración: “Tus pecados te son perdonados”. Pero de pronto, surge la reacción de los escribas en contra de Jesús; comienzan a tener malos pensamientos, a murmurar y chismear acerca de lo que el Maestro estaba haciendo. No reconocen en Él la autoridad recibida por su Padre Dios. Ellos pretenden interrumpir la obra de Jesucristo. Nada está bien para ellos. Sin embargo, Jesús sin ningún miramiento les llama la atención y les reprende: “¿Por qué pensáis así, tan malamente en vuestros corazones?”. Luego los arrincona a una cuestión teológica:¿Qué es más fácil, perdonar pecados o sanar? ¿Cuál es el problema de este hombre paralítico? ¿Es solamente un asunto de salud?. Desde el punto de vista de Jesús, el problema no es sólo de salud, es un asunto más serio, es el problema del pecado. El pecado había logrado paralizar el cuerpo de este hombre. Hoy en día, muchos médicos y sicólogos nos dicen que muchas de las enfermedades del cuerpo tienen sus raíces en problemas en la mente y en las emociones. Hay muchos casos en que el sentido de culpa por algo que se ha hecho en forma indebida ha llegado a hacer estragos en la personalidad de la persona, llegando a afectar el cuerpo. Algunos creen que pueden personarse a sí mismos y que no hay necesidad de confesar los pecados a Dios, debido a que su falta no es tan grave. Otros creen que una de las formas de liberarse del pecado y de su culpa, es haciendo muchas obras de caridad. Incluso unos recurren al psiquiatra, pensando que sus técnicas los va a librar de la tortura de escuchar la voz de su conciencia. Todos ellos olvidan que es necesario recibir una palabra fuera de sí mismos, es decir, externa a ellos, para tener paz plena en su vida. ¡Y esa palabra es la de Dios!. Es por eso que Jesús descubre en el hombre que yacía inmóvil en su lecho, el pecado no perdonado que estaba causando la parálisis de los miembros. Con ese diagnóstico, Jesús ayuda al enfermo, liberándolo de la culpa mediante el perdón de sus pecados. Es decir, de la parálisis corporal a la sanidad de vida. Para ello era necesario tener fe. La fe de sus amigos era suficiente. Esas palabras de perdón las dice Jesús: “Tus pecados te son perdonados” Esas mismas palabras son las que lograron redimir a muchos adúlteros, extorsionadores, al ladrón junta a la cruz, a la prostituta, al paralítico, a sus admiradores y aún a sus enemigos. Hoy esas palabras siguen siendo vigentes para nuestro mundo que camina hacia su destrucción moral, social y espiritual. Es impresionante ver cómo Jesús no se queda en el sólo perdón de pecados, sino que da un paso más trascendental al decirle al hombre impotente de valerse por sí mismo: “Levántate...y anda”. ¡Es la Palabra puesta en acción!. Esta es la autoridad que tiene Jesús y queda demostrada ante los escribas incrédulos. No sólo ellos, sino que todos los que estaban allí se maravillaron del milagro y glorificaron a Dios. Si hacemos una comparación con nuestra sociedad actual, podemos ver que se necesita mucha fe para vencer una serie de dificultades para salir adelante. Muchos enfermos están desahuciados y abandonados a su propia suerte en hospitales de mala muerte; cuánta gente se resigna a vivir tal como están, no se esfuerzan por salir de esa difícil situación. En resumen podemos decir que la falta de en fe en Jesucristo, nos impide de liberarnos de muchas ataduras y que no basta proclamar el Evangelio de Jesucristo con hermosas palabras si éstas no se hacen realidad en cada persona que las necesita. Es por eso que debemos aprender de Jesucristo, él anunciaba las Buenas Nuevas y las ponía en práctica. Por otro lado, aprendamos también de estos cuatro amigos que hicieron todo lo imposible por interceder por su amigo que estaba postrado. Su fe y su decisión les fueron tomadas en cuenta por Jesús. Que en estos tiempo turbulentos que nos ha tocado vivir, podamos seguir escuchando del Señor sus benditas palabras que nos dice: “Hijo(a) tus pecados te son perdonados, levántate y anda”. Amén.
LA EXPERIENCIA DE JUAN WESLEY PARA NUESTRA SOCIEDAD DE HOY (Juan 3:1-16) El relato del encuentro entre Jesús y Nicodemo nos indica la gran curiosidad de este hombre religioso por las cosas del reino de Dios y en forma muy especial por conocer al Maestro. Su curiosidad le lleva a preguntar en forma indirecta si es que Dios está con él, porque nadie puede hacer señales, milagros si es que Dios no está con él. Jesús le responde que para poder entender todo esto y ver el reino de Dios, es necesario nacer de nuevo. En el acto Jesús le plantea a Nicodemo el tema del nuevo nacimiento. Sin duda que Nicodemo lo entiende desde la perspectiva humana y no de la perspectiva espiritual. De ahí su confusión por entender lo que Jesús le está planteando. Sin embargo, Jesús de una manera muy didáctica, como buen maestro que es, le hace ver que el nuevo nacimiento de que le está hablando es el espiritual y no el carnal. Algo similar le pasó a Juan Wesley, fundador del metodismo, el 24 de mayo de 1738, cuando se acercó por curiosidad a una reunión de oración, en la calle de Aldersgate, en la ciudad de Londres, Inglaterra. Ahí experimentó su nuevo nacimiento. El era un erudito, tenía una fe intelectualizada, su fe en el Señor no tenía la experiencia redentora personal en su diario vivir. Era un creyente más como los había por doquier. Pero esa noche, experimentó un cambio tremendo en su corazón y en todo su ser, sintió la experiencia de la presencia del Espíritu Santo. El mismo comenta en su diario: "Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Púseme entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón." A partir de esa experiencia personal de fe, Wesley descubrió que no son las reglas y leyes, ni nuestros propios esfuerzos hacia la perfección, las que nos pueden dar seguridad de nuestra salvación; sino la fe en la misericordia de Dios manifestada en Cristo, la que nos permite entrar a una vida en santidad; es decir, a una vida en plenitud. Donde la paz, la alegría y el gozo son una realidad. Wesley en su experiencia personal de vivir la fe verdadera supo combinar el entusiasmo con el juicio; el sentimiento con la inteligencia; el arrebato de la alegría con el dominio de la razón. Más aún, en su concepción de la evangelización no había una separación entre “evangelismo” y “obra social”. La evangelización era tanto personal como social. En verdad era una evangelización revolucionaria para su tiempo. El lema era: “El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:21b). Lamentablemente muchas iglesias no estaban de acuerdo con este énfasis evangelístico de Wesley, le negaron sus púlpitos para predicar su emotivo mensaje de salvación a través de Jesucristo. Al ver esta actitud, Wesley decidió salir a las calles para predicar el mensaje de salvación, yendo en busca de las almas perdidas por el pecado; de los pobres; de aquellos que no tenían ninguna posibilidad de realizarse como personas y que no eran importantes para la iglesia de ese entonces. Felizmente, miles se convirtieron al evangelio de Jesucristo y cambiaron sus vidas, transformando como consecuencia a toda una nación. Hoy en día nuestra sociedad no ha cambiado mucho con relación a la sociedad en que le tocó vivir a Juan Wesley. A pesar de los adelantos tecnológicos, las personas siguen esclavas del pecado, los pobres abundan cada vez más, la explotación ha aumentado, la calidad de vida sigue deteriorada, no hay un futuro de esperanza, la gente se suicida en vez de buscar una solución a sus problemas, la corrupción es algo ya común, etc. De ahí que el Metodismo tiene la urgente tarea de encontrar nuevas formas de testificar a Cristo, en medio de una sociedad sin el entusiasmo de la fe, que ve cómo sus hijos se corrompen cada vez más y no tiene ninguna solución para evitarlo; donde predominan situaciones de esclavitud social, marginación, opresión, violencias, crisis de valores, desesperanza, automatización de la vida, desintegración de muchos hogares, políticas deshumanizantes, etc. Debemos tener en cuenta la experiencia de Wesley y de lo que significó para sus seguidores llevar el evangelio redentor de Jesucristo a las demás personas de su entorno social. Hoy más que nunca necesitamos ser la iglesia que vive apasionadamente el evangelio de Cristo y llevar la alegría de la salvación a aquellos que aún no le conocen. Quiera el Señor permitirnos ser esa iglesia triunfante y santa. Amén.
LA ESPERANZA CRISTIANA (Lucas 1: 5-25) La esperanza es la espera de algún bien, sea éste material o espiritual, y el ser humano mientras viva, espera. Esta esperanza siempre está ligada con la confianza, pero a la vez es la espera ansiosa de conseguir aquello que aún no se tiene. La esperanza de por sí no es una garantía si no está acompañada de la fe. En nuestro caso es la fe en nuestro Dios que es todopoderoso y que para él no hay nada imposible. El filósofo griego Porfirio señalaba que los cuatro elementos que constituyen una vida auténtica son: la esperanza, la fe, la verdad y el amor. Desde el punto de vista cristiano, la esperanza tiene por objeto a Dios. Es esta esperanza de la que se habla cuando el ser humano puede salir de una situación difícil y se ve liberado con la ayuda de Dios. Es una esperanza que se forja en la fe y no en las fantasías, es la confianza en un Dios misericordioso. Los que esperan en Dios no deben tener temor alguno. La esperanza que tiene por objeto a Dios, tiene tres aspectos: la espera del futuro, la confianza y la paciencia de la espera. El agente que dinamiza la esperanza es la fe, constituyéndose ambos en la esencia de la vida cristiana. La esperanza unida a la fe se convierte en una nueva actitud para enfrentar al mundo. Esta nueva actitud es un nuevo salto existencial que el ser humano realiza desde una situación trágica, para encontrar una solución inmediata, gracias a la intervención divina. En el pasaje bíblico que hemos leído representa un ejemplo excelente del tipo de esperanza que estamos tratando. Dos hechos señalamos: En una se describe a Zacarías y a Elizabeth que eran justos delante de Dios, pero no tienen hijos, debido a que Elizabeth era estéril. Y además, ambos eran muy ancianos (vv: 5-6). Sin duda que la situación de ambos no era muy buena y existía malestar entre ambos y entre el pueblo. En la otra, la esperanza de que Dios responda a las oraciones de Zacarías se hace realidad. La espera y la oración dan sus fruto: Dios ha oído el clamor de sus hijos y provee un hijo, que ha de ser llamado Juan (vv. 13-14; 24-25). La esperanza mesiánica presenta algunas dificultades, pero la fe en Dios hace que esa espera se convierta en una esperanza viva. Muchas veces lo que dificulta nuestra esperanza viva es la desesperanza, que está representada por el miedo, la duda, los problemas, las contradicciones. Hoy vivimos tiempos de desesperanza, de temores y dudas. No señales de esperanza en ningún lugar. De ahí que este tiempo de Adviento, debe ser un tiempo de reflexión acerca de la fe en Dios y del cumplimiento de sus promesas, entre ellas, el nacimiento de Jesús, el Salvador del mundo. Los que ya hemos experimentado las maravillas del Señor, debemos generar esperanza ahí donde existe la desesperanza, fe donde haya duda. Que nuestra confianza y esperanza estén cimentadas en la gracia de Dios. Oremos al Señor para que nos sea aumentada la fe y mantengamos una esperanza viva, ahora y en el futuro por venir. Amén.
LA ENTRADA DE JESÚS A JERUSALÉN (Marcos 11:1-11) A medida que la oposición se hacía más fuerte, Jesús se daba cuenta de que llegaría el día en que debería enfrentarla. No podía permanecer más en las aldeas de Galilea; debería enfrentar a su nación y a sus enemigos en la ciudad de Jerusalén. Sería la última etapa del camino en el largo viaje de Jesús. No era la primera vez que entraba a Jerusalén. Él tenía amigos en la ciudad santa, por eso consigue fácilmente el pollino. Nada estaba improvisado. Ya estaba dada la contraseña. ¿Por qué Jerusalén y no otra ciudad?. Sólo ahí Jesús podría hablar a toda la nación, pues aquella ciudad era el centro vital de todo judío devoto. Había llegado el momento, Jesús se iba acercando a la ciudad santa. Allí proclamaría su mensaje del reino de Dios: las Buenas Nuevas. Ahora bien, en la ciudad de Jerusalén debería enfrentar a los hombres que más lo odiaban: los fariseos y los saduceos, los escribas y los herodianos, los sacerdotes y el mismo sumo sacerdote. Según el autor del evangelio, la semana comenzó con alegría y con cantos mientras Jesús entraba en Jerusalén, por lo menos así lo había profetizado el profeta Zacarías. El salmista también lo había anunciado (Sal. 118:25-26). Jesús al decidir entrar a Jerusalén cabalgando sobre un asno, no lo hizo así porque estaba cansado, sino porque así lo había planeado cuidadosamente. Anteriormente los reyes de su época utilizaban el caballo para ir a la guerra, pero cuando volvían en paz, cabalgaban sobre un asno. Ahora Jesús quería entrar a la ciudad como rey, pero como un rey de paz que quería conquistar la ciudad, no con la fuerza de la violencia, sino con la fuerza del amor. Sin duda que este hecho tenía un significado para el pueblo, era la representación de la profecía del Mesías que llegaría en humildad, no en orgullo, ni cabalgando en un corcel de guerra. Este Rey y Mesías traería paz y reinaría con justicia, como lo habían predicho los profetas. El pueblo anteriormente había presenciado a los antiguos profetas representando mensajes por medio de símbolos. Por ejemplo, Jeremías se colocó un yugo sobre su cuello y caminó por la calles de Jerusalén. Lo hizo para que el pueblo supiera que pronto estaría bajo el yugo de Babilonia. Asimismo, Isaías anduvo por las calles de Jerusalén descalzo y casi desnudo, como un prisionero de guerra. De esta manera anunció que los israelitas serían llevados a la cautividad por los asirios. De ahí el regocijo del pueblo al saber que venía y hacía su entrada el Rey y Mesías prometido. Habían captado el espíritu de lo que Jesús estaba haciendo y por ello se volcó con alegría a recibirlo. Se quitaban sus mantas y con gritos de júbilo las tendían en el suelo, formando una gran alfombra de vivos colores: rojo, azul y marrón. Como banderas y estandartes usaban las ramas de los árboles y arbustos, y las agitaban al aire, mientras exclamaban: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! Todo esto no podía pasar desapercibido. Jesús hablaba y actuaba como un profeta. La atención de Jesús se enfocaba en la ciudad de Jerusalén. El evangelista Lucas nos relata que algunos fariseos corrieron hacia la puerta de la ciudad y dijeron a Jesús que reprendiera a esa gente y que se callen. Pero, ¿quién podía decirle a él lo que debería hacer? ¿Se quería de esa manera echar a perder el gozo de su entrada en la ciudad del monde de Sión? Sin embargo, Jesús les respondió: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Para Jesús, su entrada en Jerusalén montado en un pollino era una proclama sin palabras; era un manifiesto dirigido a las autoridades romanas y judías, y a la nación también. La primera acción de Jesús, al día siguiente, fue expulsar a los mercaderes de los mercados del templo, corazón del poder religioso y político de Israel. Jesús era un hombre de acción; todo lo que hizo resultó ser más eficaz que todo lo que pudiera haber dicho. Resumiendo, podemos decir que este acto realizado por Jesús significaba que él era el Gran Libertador de toda la humanidad y que al ingresar a Jerusalén, capital de la corrupción y de las injusticias, dejaría en descubierto la gran hipocresía de los sacerdotes y autoridades, al engañar al pueblo con una falsa religiosidad, que solo satisfacía a intereses personales. En estos tiempos, al recordar este acto de Jesús, debemos tener la misma alegría y gozo del pueblo israelita, afirmando nuestra esperanza y alegría en Jesucristo que pronto vendrá a liberarnos y para que ello suceda debemos dejar que Él entre en nuestros corazones y ciudades para que nos transforme y seamos instrumentos de amor, paz y esperanza. Ahora bien, que en estos días de Domingo de Ramos, nadie nos quite el gozo de gritar a los cuatro vientos: "¡Hosanna al hijo de David!. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!. ¡Hosanna en las alturas!. Amén.
LA CO-RESPONSABILIDAD EN LA TAREA DE DIOS “porque nosotros somos colaboradores de Dios,..” (1 Corintios 3:9a) Desde hace mucho tiempo se viene diciendo que la mejor manera de realizar una tarea es compartiendo las responsabilidades con los agentes actuantes de una organización o grupo. En la Administración actual de las organizaciones empresariales y aún en las de servicio, la participación de todos sus miembros y grupos de interés se ha convertido en un asunto de vital importancia para el desarrollo y crecimiento de las mismas. Esta nueva actitud permite lograr un mayor grado de compromiso e identificación con la organización, canaliza y estimula la capacidad creadora e innovadora de los individuos y, en definitiva, incrementa la calidad y la productividad en el trabajo. Hoy en día la participación ha desplazado a la autocracia. Ahora se pide opinión, se solicita consultas, se escucha a los subordinados antes de emprender una determinada acción. Este hecho viene dando paso a un nuevo enfoque basado en la auto-responsabilidad o co-responsabilidad del grupo en la toma de decisiones. Desde el punto de vista bíblico esta actitud participativa viene de Dios mismo. Veamos algunos ejemplos en el Antiguo Testamento: Dios designa a Adán y Eva como sus colaboradores, permitiendo de esa manera que el ser humano sea co-partícipe de su Creación; pero a la vez le hace responsable de la conservación de la misma y del cuidado de los que habitan la tierra (Génesis 1:28-30). En muchos pasajes bíblicos podemos encontrar cómo Dios quiere que nosotros seamos co-responsables de Su obra redentora. Así Abraham es llamado para conformar el pueblo de Dios (Génesis 12:1-3); A Moisés se le encargó la misión de liberar al pueblo de Dios de la opresión de Egipto (Éxodo 3:1-10); Josué recibe el encargo de llevar a Israel al otro lado del Jordán (Josué 1:1-2); los jueces y los reyes de Israel tienen la responsabilidad de conducir y gobernar a Israel de acuerdo a los planes de Dios. Un ejemplo más es el caso de los profetas, quienes son llamados a anunciar a todos las Buenas Nuevas del Señor, con el propósito de que cambien su situación equivocada, se arrepientan y vivan una vida en plenitud. El testimonio del profeta Jeremías es una evidencia más, de cómo el Señor nos llama a ser parte de su obra salvífica (Jeremías 1:4-10). En el Nuevo testamento encontramos que José y María son co-responsables de la venida del Mesías. Por otro lado, Jesús encarga a sus discípulos la tarea de proclamar las Buenas de Nuevas a toda criatura (Mateo. 28:19-20); y por último, el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros también somos colaboradores de Dios. Es decir, Dios se ha dignado, por su gracia y misericordia, compartirnos la tarea de redimir al mundo de la esclavitud del pecado. Él nos hace co-partícipes de la construcción de Su reino. De ahí que todos somos llamados a participar de esta labor divina aquí en la tierra. El apóstol Pedro nos dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1Pedro 2:9-10). Esta actitud de involucrarnos en la Gran Tarea de Dios, debe predominar en nuestra comunidad de fe, la iglesia, donde todos somos co-partícipes de la gestión y de los resultados. Nadie debe sentirse relegado en la tarea de proclamar el Evangelio de Jesucristo a toda criatura, aún nuestros niños y niñas son parte de este nuevo proceso administrativo en la vida de la comunidad eclesiástica. Dios nos ha dado dones y talentos para realizar la tarea de evangelizar a nuestro pueblo, no debemos desmayar y seguir adelante, a pesar de las adversidades, las dificultades y la falta de comprensión de algunas personas de nuestro entorno social. Como Iglesia tenemos un ideal y propósito bien definido, como hijos e hijas de Dios sentimos que Él nos ha llamado a servirle en este apostolado de la evangelización y la enseñaza, que somos co-partícipes de la formación de una nueva generación y de la construcción de una nueva sociedad, basados en los principios y valores cristianos. No desperdiciemos esta gran oportunidad de ser parte del Plan de Dios. Por otro lado, los cristianos y cristianas somos también co-responsables de la situación que viven nuestros pueblos, al no haber intervenido en la solución de los diversos problemas que han originado la crisis de valores, que representan la antivida. Nos hemos dejado estar, no hemos dado nuestra voz profética como iglesia para denunciar las injusticias, el pecado de los gobernantes y el alejamiento al Dios de la Vida y de la Paz. No hemos anunciado la voluntad de Dios para con Su pueblo: “Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Hay un acontecimiento relatado por Jesús en la Biblia acerca de nuestra co-responsabilidad en los propósitos de Dios, se trata de la historia del buen samaritano, que todos conocemos (Lucas 10:25-37). El asunto comienza con una pregunta, casi inocente: ¿Quién es mi prójimo? El final del relato nos dice que nosotros somos parte de ese plan de Dios, hacia el bienestar de los demás, no sólo es responsabilidad de Dios y de sus ángeles, sino también nuestra. Hoy nuestra sociedad necesita ejemplos solidarios que permitan asumir roles compartidos en situaciones difíciles. No hay que esperar sentados que Dios haga toda la tarea. Para eso Dios nos ha dado dones y talentos para ponerlos al servicio de los demás. Ahora más que nunca tenemos la gran responsabilidad de ser luz y sal del mundo. Hay muchas cosas que están pasando en nuestro mundo, y nadie se detiene un momento para ser solidario con el que sufre, con el que no tiene que comer y no tiene un hogar, con el enfermo en el hospital. Todos estamos ocupados en nuestras tareas cotidianas, no hay lugar para el otro, primero soy yo y luego yo mismo soy. El Señor nos está llamando a cooperar con Su reino, aquí, y no en el más allá.
LA COMUNIÓN PERFECTA CON DIOS (Mateo 26: 17-30) Este pasaje nos relata lo acontecido en la cena que tuvo el Señor Jesús con sus discípulos, pero a la vez nos permite encontrar dos significados simbólicos: a) La fiesta de la Pascua era una conmemoración de la liberación en Egipto. En esta caso, Jesús afirmaba ser el gran libertador que vino a libertar a todas las personas del pecado y del miedo. b) El cordero pascual era el símbolo de seguridad. Aquella noche de liberación, la sangre del cordero salvó a Israel de la muerte y destrucción. Ahora Jesús afirmaba ser el Salvador que había venido a salvar a su pueblo y a toda la humanidad de sus pecados y de sus consecuencias funestas. De aquí en adelante establece una comunión y seguridad con todo aquel que creyera en él. Ahora bien, la síntesis de este simbolismo en la Cena se da en una sola palabra: PACTO. Jesús dijo que su sangre era la sangre del nuevo pacto. ¿Qué quiso decir con ello? Un pacto es una relación entre dos personas. Cuando las personas deciden hacer un pacto, entran en una tipo de relación mutua. Pero en este caso, el pacto que hacía referencia Jesús no es un pacto entre dos personas comunes, sino que se trata de una nueva relación entre Dios y el ser humano. Es decir, es una comunión santa con Dios. De eso se trata, un pacto santo. Este pacto o comunión con Dios es para siempre y no es solo de un momento o de vez en cuando. Estar en verdadera comunión con Dios conlleva obedecer sus mandamientos, hacer su voluntad, mantener contacto con Él a través de la oración cotidiana (al levantarnos, al tomar los alimentos, en el trabajo, en el estudio, al acostarnos, en los momentos de dificultades, en las enfermedades, y también en las alegrías), escudriñar su Palabra diariamente para nutrirnos de ella. Pero hay algo más trascendente: nuestro amor al prójimo es consecuencia de nuestra perfecta comunión con el Señor. Por otro lado, es bueno recordar que él prometió estar con nosotros (comunión) todos los días hasta el fin del mundo. Por lo tanto, estar en comunión con Dios es sentir su presencia y recibir sus múltiples bendiciones. Una advertencia que es necesaria hacer a todo creyente, es que para estar en comunión con Dios no solo es reunirse en la iglesia y participar de un ritual cada primer domingo del mes. Es algo más que eso...es estar todo el tiempo en permanente comunión con el Dios de la Vida. Hoy en día, hay muchos creyentes que tienen muchas excusas para hacerlo, le echan la culpan a situaciones externas, tales como: no hay tiempo para orar, menos para leer textos largos de la Biblia; uno llega muy cansado o cansada del trabajo o del centro de estudios a casa y el tiempo que se dispone se dedica al reposo. Por otro lado, el stress no permite concentrarnos para meditar a solas con Dios y leer su Palabra; Dios sabe que somos personas muy ocupadas que solo podemos hacer una oración al paso y él nos comprende. Los domingos los utilizamos para salir con la familia, ir de compras, pasear y luego descansar o realizar tareas pendientes. Hoy en día no es posible guardar un día para el Señor, eso era antes, pero ahora no. Sin embargo, cuando tengo un tiempito vengo a la iglesia, como para que Dios no se enoje y nos castigue. Excusas, excusas, excusas, solo excusas. Pero una excusa que está muy de moda entre nuestra feligresía, es la siguiente: no vengo a la iglesia porque los cultos y las reuniones, son muy aburridas y rutinarios; el pastor siempre dice lo mismo y no me motiva para nada, salgo peor que cuando vine. Yo quiero un lugar tranquilo y en silencio para poder meditar a solas con Dios, pero con tanta bulla ya no me es posible hacerlo. Por último, ahora en la TV transmiten programas religiosos muy interesantes y didácticos que llegan al fondo del alma atribulada. Excusas, excusas, excusas, solo excusas. Sin querer, a través del tiempo estas cosas se van convirtiendo en nuestras excusas para no mantener una verdadera comunión con Dios y nos vamos alejando de esa santa comunión. Algo parecido sucede cuando nos alejamos del fogón, poco a poco nos vamos enfriando. Así nos sucede cuando nos apartamos de la comunión fraternal con Su espíritu. De pronto nuestra fe va decayendo y se enfría, vamos perdiendo el verdadero sentido de la esperanza hasta caer en la desesperación, la depresión, ante un problema que se nos viene, tales como, enfermedades, desgracias, economía en crisis y otras cosas más. Al final, no tenemos fuerza para resistir y seguir adelante luchando por la solución. Es decir, en pocas palabras, todo nos va mal, vamos de peor en peor. ¿Por qué nos pasa todo eso? ¿Dónde está Dios? Queremos encontrar una explicación y no logramos encontrarla. ¿La respuesta? Falta de comunión con Dios. Las bendiciones de Dios solo son derramadas en fieles que viven en santidad y en comunión con él. No hay otra respuesta. Pero a pesar de todo ello, Dios nunca nos deja solos, en su infinita misericordia nos habla a nuestra conciencia y nos vuelve a invitarnos a tener comunión con él. Nos sacude en nuestro interior para hacernos reflexionar y descubrir en su Palabra que él nunca nos abandona, siempre nos da una nueva oportunidad para arrepentirnos. Volver a renovar nuestro pacto con el Dios de la Creación. Por eso, cuando participamos en la Santa Cena, es renovar nuestro pacto con el Señor, recordar que su sacrificio no fue en vano, que él necesita de nosotros y nosotras, todos los días, para ser sus testigos y agentes de salvación para con aquellas personas que aún no le conocen. Que necesitamos nutrirnos por medio de su Santa Palabra, practicar nuestras oraciones diarias, experimentar nuevas experiencias de fe. Todo esto significa renovar nuestra comunión con Dios. Roguemos al Señor para que siempre estemos en comunión con él y nos de las fuerzas necesarias para poder resistir toda tentación que quiera alejarnos de su amor. Amén.