jueves, 16 de mayo de 2013

LA FUERZA DE LA FE (Marcos 2:1-12) La popularidad de Jesús es sorprendente, especialmente entre el pueblo, debido a los milagros que hacía. Por ejemplo: sacó el espíritu de un inmundo, sanó a la suegra de Pedro, sanó a unos leprosos, sanó a muchos que padecía de terribles enfermedades. Desde ya esto implicaba mucha curiosidad de parte de la gente que quería ver en directo lo que Jesús era capaz de hacer. Es así como el relato bíblico nos da cuenta que había mucha gente en la puerta y ya no se podía entrar en la casa. En medio de esa situación aparecen en la escena y ante la sorpresa de todos y del mismo Jesús, un grupo de cuatro osados amigos de un enfermo que padece de parálisis total. Pero lo sorprendente en este relato no es su presencia sino la forma cómo lo hacen, entrar por el techo de la casa. Esta forma ingeniosa de llegar a Jesús es debido a que ya no podían entrar por la puerta al haber tanta multitud y para ello se ingenian una nueva manera: hacer un hueco en el techo de la casa bajar por ahí al amigo enfermo. ¡Que tal ingenio y empeño por llegar a Jesús! ¡Hasta dónde había llegado la fama de Jesús! Es tal la fuerza de la fe en Jesús de estos varones para sanar a su compañero enfermo, que Jesús es conmovido a sanarlo. Él, en su infinita misericordia pronunció aquellas benditas palabras que habría de liberar al hombre de su postración: “Tus pecados te son perdonados”. Pero de pronto, surge la reacción de los escribas en contra de Jesús; comienzan a tener malos pensamientos, a murmurar y chismear acerca de lo que el Maestro estaba haciendo. No reconocen en Él la autoridad recibida por su Padre Dios. Ellos pretenden interrumpir la obra de Jesucristo. Nada está bien para ellos. Sin embargo, Jesús sin ningún miramiento les llama la atención y les reprende: “¿Por qué pensáis así, tan malamente en vuestros corazones?”. Luego los arrincona a una cuestión teológica:¿Qué es más fácil, perdonar pecados o sanar? ¿Cuál es el problema de este hombre paralítico? ¿Es solamente un asunto de salud?. Desde el punto de vista de Jesús, el problema no es sólo de salud, es un asunto más serio, es el problema del pecado. El pecado había logrado paralizar el cuerpo de este hombre. Hoy en día, muchos médicos y sicólogos nos dicen que muchas de las enfermedades del cuerpo tienen sus raíces en problemas en la mente y en las emociones. Hay muchos casos en que el sentido de culpa por algo que se ha hecho en forma indebida ha llegado a hacer estragos en la personalidad de la persona, llegando a afectar el cuerpo. Algunos creen que pueden personarse a sí mismos y que no hay necesidad de confesar los pecados a Dios, debido a que su falta no es tan grave. Otros creen que una de las formas de liberarse del pecado y de su culpa, es haciendo muchas obras de caridad. Incluso unos recurren al psiquiatra, pensando que sus técnicas los va a librar de la tortura de escuchar la voz de su conciencia. Todos ellos olvidan que es necesario recibir una palabra fuera de sí mismos, es decir, externa a ellos, para tener paz plena en su vida. ¡Y esa palabra es la de Dios!. Es por eso que Jesús descubre en el hombre que yacía inmóvil en su lecho, el pecado no perdonado que estaba causando la parálisis de los miembros. Con ese diagnóstico, Jesús ayuda al enfermo, liberándolo de la culpa mediante el perdón de sus pecados. Es decir, de la parálisis corporal a la sanidad de vida. Para ello era necesario tener fe. La fe de sus amigos era suficiente. Esas palabras de perdón las dice Jesús: “Tus pecados te son perdonados” Esas mismas palabras son las que lograron redimir a muchos adúlteros, extorsionadores, al ladrón junta a la cruz, a la prostituta, al paralítico, a sus admiradores y aún a sus enemigos. Hoy esas palabras siguen siendo vigentes para nuestro mundo que camina hacia su destrucción moral, social y espiritual. Es impresionante ver cómo Jesús no se queda en el sólo perdón de pecados, sino que da un paso más trascendental al decirle al hombre impotente de valerse por sí mismo: “Levántate...y anda”. ¡Es la Palabra puesta en acción!. Esta es la autoridad que tiene Jesús y queda demostrada ante los escribas incrédulos. No sólo ellos, sino que todos los que estaban allí se maravillaron del milagro y glorificaron a Dios. Si hacemos una comparación con nuestra sociedad actual, podemos ver que se necesita mucha fe para vencer una serie de dificultades para salir adelante. Muchos enfermos están desahuciados y abandonados a su propia suerte en hospitales de mala muerte; cuánta gente se resigna a vivir tal como están, no se esfuerzan por salir de esa difícil situación. En resumen podemos decir que la falta de en fe en Jesucristo, nos impide de liberarnos de muchas ataduras y que no basta proclamar el Evangelio de Jesucristo con hermosas palabras si éstas no se hacen realidad en cada persona que las necesita. Es por eso que debemos aprender de Jesucristo, él anunciaba las Buenas Nuevas y las ponía en práctica. Por otro lado, aprendamos también de estos cuatro amigos que hicieron todo lo imposible por interceder por su amigo que estaba postrado. Su fe y su decisión les fueron tomadas en cuenta por Jesús. Que en estos tiempo turbulentos que nos ha tocado vivir, podamos seguir escuchando del Señor sus benditas palabras que nos dice: “Hijo(a) tus pecados te son perdonados, levántate y anda”. Amén.
LA EXPERIENCIA DE JUAN WESLEY PARA NUESTRA SOCIEDAD DE HOY (Juan 3:1-16) El relato del encuentro entre Jesús y Nicodemo nos indica la gran curiosidad de este hombre religioso por las cosas del reino de Dios y en forma muy especial por conocer al Maestro. Su curiosidad le lleva a preguntar en forma indirecta si es que Dios está con él, porque nadie puede hacer señales, milagros si es que Dios no está con él. Jesús le responde que para poder entender todo esto y ver el reino de Dios, es necesario nacer de nuevo. En el acto Jesús le plantea a Nicodemo el tema del nuevo nacimiento. Sin duda que Nicodemo lo entiende desde la perspectiva humana y no de la perspectiva espiritual. De ahí su confusión por entender lo que Jesús le está planteando. Sin embargo, Jesús de una manera muy didáctica, como buen maestro que es, le hace ver que el nuevo nacimiento de que le está hablando es el espiritual y no el carnal. Algo similar le pasó a Juan Wesley, fundador del metodismo, el 24 de mayo de 1738, cuando se acercó por curiosidad a una reunión de oración, en la calle de Aldersgate, en la ciudad de Londres, Inglaterra. Ahí experimentó su nuevo nacimiento. El era un erudito, tenía una fe intelectualizada, su fe en el Señor no tenía la experiencia redentora personal en su diario vivir. Era un creyente más como los había por doquier. Pero esa noche, experimentó un cambio tremendo en su corazón y en todo su ser, sintió la experiencia de la presencia del Espíritu Santo. El mismo comenta en su diario: "Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Púseme entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón." A partir de esa experiencia personal de fe, Wesley descubrió que no son las reglas y leyes, ni nuestros propios esfuerzos hacia la perfección, las que nos pueden dar seguridad de nuestra salvación; sino la fe en la misericordia de Dios manifestada en Cristo, la que nos permite entrar a una vida en santidad; es decir, a una vida en plenitud. Donde la paz, la alegría y el gozo son una realidad. Wesley en su experiencia personal de vivir la fe verdadera supo combinar el entusiasmo con el juicio; el sentimiento con la inteligencia; el arrebato de la alegría con el dominio de la razón. Más aún, en su concepción de la evangelización no había una separación entre “evangelismo” y “obra social”. La evangelización era tanto personal como social. En verdad era una evangelización revolucionaria para su tiempo. El lema era: “El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:21b). Lamentablemente muchas iglesias no estaban de acuerdo con este énfasis evangelístico de Wesley, le negaron sus púlpitos para predicar su emotivo mensaje de salvación a través de Jesucristo. Al ver esta actitud, Wesley decidió salir a las calles para predicar el mensaje de salvación, yendo en busca de las almas perdidas por el pecado; de los pobres; de aquellos que no tenían ninguna posibilidad de realizarse como personas y que no eran importantes para la iglesia de ese entonces. Felizmente, miles se convirtieron al evangelio de Jesucristo y cambiaron sus vidas, transformando como consecuencia a toda una nación. Hoy en día nuestra sociedad no ha cambiado mucho con relación a la sociedad en que le tocó vivir a Juan Wesley. A pesar de los adelantos tecnológicos, las personas siguen esclavas del pecado, los pobres abundan cada vez más, la explotación ha aumentado, la calidad de vida sigue deteriorada, no hay un futuro de esperanza, la gente se suicida en vez de buscar una solución a sus problemas, la corrupción es algo ya común, etc. De ahí que el Metodismo tiene la urgente tarea de encontrar nuevas formas de testificar a Cristo, en medio de una sociedad sin el entusiasmo de la fe, que ve cómo sus hijos se corrompen cada vez más y no tiene ninguna solución para evitarlo; donde predominan situaciones de esclavitud social, marginación, opresión, violencias, crisis de valores, desesperanza, automatización de la vida, desintegración de muchos hogares, políticas deshumanizantes, etc. Debemos tener en cuenta la experiencia de Wesley y de lo que significó para sus seguidores llevar el evangelio redentor de Jesucristo a las demás personas de su entorno social. Hoy más que nunca necesitamos ser la iglesia que vive apasionadamente el evangelio de Cristo y llevar la alegría de la salvación a aquellos que aún no le conocen. Quiera el Señor permitirnos ser esa iglesia triunfante y santa. Amén.
LA ESPERANZA CRISTIANA (Lucas 1: 5-25) La esperanza es la espera de algún bien, sea éste material o espiritual, y el ser humano mientras viva, espera. Esta esperanza siempre está ligada con la confianza, pero a la vez es la espera ansiosa de conseguir aquello que aún no se tiene. La esperanza de por sí no es una garantía si no está acompañada de la fe. En nuestro caso es la fe en nuestro Dios que es todopoderoso y que para él no hay nada imposible. El filósofo griego Porfirio señalaba que los cuatro elementos que constituyen una vida auténtica son: la esperanza, la fe, la verdad y el amor. Desde el punto de vista cristiano, la esperanza tiene por objeto a Dios. Es esta esperanza de la que se habla cuando el ser humano puede salir de una situación difícil y se ve liberado con la ayuda de Dios. Es una esperanza que se forja en la fe y no en las fantasías, es la confianza en un Dios misericordioso. Los que esperan en Dios no deben tener temor alguno. La esperanza que tiene por objeto a Dios, tiene tres aspectos: la espera del futuro, la confianza y la paciencia de la espera. El agente que dinamiza la esperanza es la fe, constituyéndose ambos en la esencia de la vida cristiana. La esperanza unida a la fe se convierte en una nueva actitud para enfrentar al mundo. Esta nueva actitud es un nuevo salto existencial que el ser humano realiza desde una situación trágica, para encontrar una solución inmediata, gracias a la intervención divina. En el pasaje bíblico que hemos leído representa un ejemplo excelente del tipo de esperanza que estamos tratando. Dos hechos señalamos: En una se describe a Zacarías y a Elizabeth que eran justos delante de Dios, pero no tienen hijos, debido a que Elizabeth era estéril. Y además, ambos eran muy ancianos (vv: 5-6). Sin duda que la situación de ambos no era muy buena y existía malestar entre ambos y entre el pueblo. En la otra, la esperanza de que Dios responda a las oraciones de Zacarías se hace realidad. La espera y la oración dan sus fruto: Dios ha oído el clamor de sus hijos y provee un hijo, que ha de ser llamado Juan (vv. 13-14; 24-25). La esperanza mesiánica presenta algunas dificultades, pero la fe en Dios hace que esa espera se convierta en una esperanza viva. Muchas veces lo que dificulta nuestra esperanza viva es la desesperanza, que está representada por el miedo, la duda, los problemas, las contradicciones. Hoy vivimos tiempos de desesperanza, de temores y dudas. No señales de esperanza en ningún lugar. De ahí que este tiempo de Adviento, debe ser un tiempo de reflexión acerca de la fe en Dios y del cumplimiento de sus promesas, entre ellas, el nacimiento de Jesús, el Salvador del mundo. Los que ya hemos experimentado las maravillas del Señor, debemos generar esperanza ahí donde existe la desesperanza, fe donde haya duda. Que nuestra confianza y esperanza estén cimentadas en la gracia de Dios. Oremos al Señor para que nos sea aumentada la fe y mantengamos una esperanza viva, ahora y en el futuro por venir. Amén.
LA ENTRADA DE JESÚS A JERUSALÉN (Marcos 11:1-11) A medida que la oposición se hacía más fuerte, Jesús se daba cuenta de que llegaría el día en que debería enfrentarla. No podía permanecer más en las aldeas de Galilea; debería enfrentar a su nación y a sus enemigos en la ciudad de Jerusalén. Sería la última etapa del camino en el largo viaje de Jesús. No era la primera vez que entraba a Jerusalén. Él tenía amigos en la ciudad santa, por eso consigue fácilmente el pollino. Nada estaba improvisado. Ya estaba dada la contraseña. ¿Por qué Jerusalén y no otra ciudad?. Sólo ahí Jesús podría hablar a toda la nación, pues aquella ciudad era el centro vital de todo judío devoto. Había llegado el momento, Jesús se iba acercando a la ciudad santa. Allí proclamaría su mensaje del reino de Dios: las Buenas Nuevas. Ahora bien, en la ciudad de Jerusalén debería enfrentar a los hombres que más lo odiaban: los fariseos y los saduceos, los escribas y los herodianos, los sacerdotes y el mismo sumo sacerdote. Según el autor del evangelio, la semana comenzó con alegría y con cantos mientras Jesús entraba en Jerusalén, por lo menos así lo había profetizado el profeta Zacarías. El salmista también lo había anunciado (Sal. 118:25-26). Jesús al decidir entrar a Jerusalén cabalgando sobre un asno, no lo hizo así porque estaba cansado, sino porque así lo había planeado cuidadosamente. Anteriormente los reyes de su época utilizaban el caballo para ir a la guerra, pero cuando volvían en paz, cabalgaban sobre un asno. Ahora Jesús quería entrar a la ciudad como rey, pero como un rey de paz que quería conquistar la ciudad, no con la fuerza de la violencia, sino con la fuerza del amor. Sin duda que este hecho tenía un significado para el pueblo, era la representación de la profecía del Mesías que llegaría en humildad, no en orgullo, ni cabalgando en un corcel de guerra. Este Rey y Mesías traería paz y reinaría con justicia, como lo habían predicho los profetas. El pueblo anteriormente había presenciado a los antiguos profetas representando mensajes por medio de símbolos. Por ejemplo, Jeremías se colocó un yugo sobre su cuello y caminó por la calles de Jerusalén. Lo hizo para que el pueblo supiera que pronto estaría bajo el yugo de Babilonia. Asimismo, Isaías anduvo por las calles de Jerusalén descalzo y casi desnudo, como un prisionero de guerra. De esta manera anunció que los israelitas serían llevados a la cautividad por los asirios. De ahí el regocijo del pueblo al saber que venía y hacía su entrada el Rey y Mesías prometido. Habían captado el espíritu de lo que Jesús estaba haciendo y por ello se volcó con alegría a recibirlo. Se quitaban sus mantas y con gritos de júbilo las tendían en el suelo, formando una gran alfombra de vivos colores: rojo, azul y marrón. Como banderas y estandartes usaban las ramas de los árboles y arbustos, y las agitaban al aire, mientras exclamaban: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! Todo esto no podía pasar desapercibido. Jesús hablaba y actuaba como un profeta. La atención de Jesús se enfocaba en la ciudad de Jerusalén. El evangelista Lucas nos relata que algunos fariseos corrieron hacia la puerta de la ciudad y dijeron a Jesús que reprendiera a esa gente y que se callen. Pero, ¿quién podía decirle a él lo que debería hacer? ¿Se quería de esa manera echar a perder el gozo de su entrada en la ciudad del monde de Sión? Sin embargo, Jesús les respondió: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Para Jesús, su entrada en Jerusalén montado en un pollino era una proclama sin palabras; era un manifiesto dirigido a las autoridades romanas y judías, y a la nación también. La primera acción de Jesús, al día siguiente, fue expulsar a los mercaderes de los mercados del templo, corazón del poder religioso y político de Israel. Jesús era un hombre de acción; todo lo que hizo resultó ser más eficaz que todo lo que pudiera haber dicho. Resumiendo, podemos decir que este acto realizado por Jesús significaba que él era el Gran Libertador de toda la humanidad y que al ingresar a Jerusalén, capital de la corrupción y de las injusticias, dejaría en descubierto la gran hipocresía de los sacerdotes y autoridades, al engañar al pueblo con una falsa religiosidad, que solo satisfacía a intereses personales. En estos tiempos, al recordar este acto de Jesús, debemos tener la misma alegría y gozo del pueblo israelita, afirmando nuestra esperanza y alegría en Jesucristo que pronto vendrá a liberarnos y para que ello suceda debemos dejar que Él entre en nuestros corazones y ciudades para que nos transforme y seamos instrumentos de amor, paz y esperanza. Ahora bien, que en estos días de Domingo de Ramos, nadie nos quite el gozo de gritar a los cuatro vientos: "¡Hosanna al hijo de David!. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!. ¡Hosanna en las alturas!. Amén.
LA CO-RESPONSABILIDAD EN LA TAREA DE DIOS “porque nosotros somos colaboradores de Dios,..” (1 Corintios 3:9a) Desde hace mucho tiempo se viene diciendo que la mejor manera de realizar una tarea es compartiendo las responsabilidades con los agentes actuantes de una organización o grupo. En la Administración actual de las organizaciones empresariales y aún en las de servicio, la participación de todos sus miembros y grupos de interés se ha convertido en un asunto de vital importancia para el desarrollo y crecimiento de las mismas. Esta nueva actitud permite lograr un mayor grado de compromiso e identificación con la organización, canaliza y estimula la capacidad creadora e innovadora de los individuos y, en definitiva, incrementa la calidad y la productividad en el trabajo. Hoy en día la participación ha desplazado a la autocracia. Ahora se pide opinión, se solicita consultas, se escucha a los subordinados antes de emprender una determinada acción. Este hecho viene dando paso a un nuevo enfoque basado en la auto-responsabilidad o co-responsabilidad del grupo en la toma de decisiones. Desde el punto de vista bíblico esta actitud participativa viene de Dios mismo. Veamos algunos ejemplos en el Antiguo Testamento: Dios designa a Adán y Eva como sus colaboradores, permitiendo de esa manera que el ser humano sea co-partícipe de su Creación; pero a la vez le hace responsable de la conservación de la misma y del cuidado de los que habitan la tierra (Génesis 1:28-30). En muchos pasajes bíblicos podemos encontrar cómo Dios quiere que nosotros seamos co-responsables de Su obra redentora. Así Abraham es llamado para conformar el pueblo de Dios (Génesis 12:1-3); A Moisés se le encargó la misión de liberar al pueblo de Dios de la opresión de Egipto (Éxodo 3:1-10); Josué recibe el encargo de llevar a Israel al otro lado del Jordán (Josué 1:1-2); los jueces y los reyes de Israel tienen la responsabilidad de conducir y gobernar a Israel de acuerdo a los planes de Dios. Un ejemplo más es el caso de los profetas, quienes son llamados a anunciar a todos las Buenas Nuevas del Señor, con el propósito de que cambien su situación equivocada, se arrepientan y vivan una vida en plenitud. El testimonio del profeta Jeremías es una evidencia más, de cómo el Señor nos llama a ser parte de su obra salvífica (Jeremías 1:4-10). En el Nuevo testamento encontramos que José y María son co-responsables de la venida del Mesías. Por otro lado, Jesús encarga a sus discípulos la tarea de proclamar las Buenas de Nuevas a toda criatura (Mateo. 28:19-20); y por último, el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros también somos colaboradores de Dios. Es decir, Dios se ha dignado, por su gracia y misericordia, compartirnos la tarea de redimir al mundo de la esclavitud del pecado. Él nos hace co-partícipes de la construcción de Su reino. De ahí que todos somos llamados a participar de esta labor divina aquí en la tierra. El apóstol Pedro nos dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1Pedro 2:9-10). Esta actitud de involucrarnos en la Gran Tarea de Dios, debe predominar en nuestra comunidad de fe, la iglesia, donde todos somos co-partícipes de la gestión y de los resultados. Nadie debe sentirse relegado en la tarea de proclamar el Evangelio de Jesucristo a toda criatura, aún nuestros niños y niñas son parte de este nuevo proceso administrativo en la vida de la comunidad eclesiástica. Dios nos ha dado dones y talentos para realizar la tarea de evangelizar a nuestro pueblo, no debemos desmayar y seguir adelante, a pesar de las adversidades, las dificultades y la falta de comprensión de algunas personas de nuestro entorno social. Como Iglesia tenemos un ideal y propósito bien definido, como hijos e hijas de Dios sentimos que Él nos ha llamado a servirle en este apostolado de la evangelización y la enseñaza, que somos co-partícipes de la formación de una nueva generación y de la construcción de una nueva sociedad, basados en los principios y valores cristianos. No desperdiciemos esta gran oportunidad de ser parte del Plan de Dios. Por otro lado, los cristianos y cristianas somos también co-responsables de la situación que viven nuestros pueblos, al no haber intervenido en la solución de los diversos problemas que han originado la crisis de valores, que representan la antivida. Nos hemos dejado estar, no hemos dado nuestra voz profética como iglesia para denunciar las injusticias, el pecado de los gobernantes y el alejamiento al Dios de la Vida y de la Paz. No hemos anunciado la voluntad de Dios para con Su pueblo: “Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Hay un acontecimiento relatado por Jesús en la Biblia acerca de nuestra co-responsabilidad en los propósitos de Dios, se trata de la historia del buen samaritano, que todos conocemos (Lucas 10:25-37). El asunto comienza con una pregunta, casi inocente: ¿Quién es mi prójimo? El final del relato nos dice que nosotros somos parte de ese plan de Dios, hacia el bienestar de los demás, no sólo es responsabilidad de Dios y de sus ángeles, sino también nuestra. Hoy nuestra sociedad necesita ejemplos solidarios que permitan asumir roles compartidos en situaciones difíciles. No hay que esperar sentados que Dios haga toda la tarea. Para eso Dios nos ha dado dones y talentos para ponerlos al servicio de los demás. Ahora más que nunca tenemos la gran responsabilidad de ser luz y sal del mundo. Hay muchas cosas que están pasando en nuestro mundo, y nadie se detiene un momento para ser solidario con el que sufre, con el que no tiene que comer y no tiene un hogar, con el enfermo en el hospital. Todos estamos ocupados en nuestras tareas cotidianas, no hay lugar para el otro, primero soy yo y luego yo mismo soy. El Señor nos está llamando a cooperar con Su reino, aquí, y no en el más allá.
LA COMUNIÓN PERFECTA CON DIOS (Mateo 26: 17-30) Este pasaje nos relata lo acontecido en la cena que tuvo el Señor Jesús con sus discípulos, pero a la vez nos permite encontrar dos significados simbólicos: a) La fiesta de la Pascua era una conmemoración de la liberación en Egipto. En esta caso, Jesús afirmaba ser el gran libertador que vino a libertar a todas las personas del pecado y del miedo. b) El cordero pascual era el símbolo de seguridad. Aquella noche de liberación, la sangre del cordero salvó a Israel de la muerte y destrucción. Ahora Jesús afirmaba ser el Salvador que había venido a salvar a su pueblo y a toda la humanidad de sus pecados y de sus consecuencias funestas. De aquí en adelante establece una comunión y seguridad con todo aquel que creyera en él. Ahora bien, la síntesis de este simbolismo en la Cena se da en una sola palabra: PACTO. Jesús dijo que su sangre era la sangre del nuevo pacto. ¿Qué quiso decir con ello? Un pacto es una relación entre dos personas. Cuando las personas deciden hacer un pacto, entran en una tipo de relación mutua. Pero en este caso, el pacto que hacía referencia Jesús no es un pacto entre dos personas comunes, sino que se trata de una nueva relación entre Dios y el ser humano. Es decir, es una comunión santa con Dios. De eso se trata, un pacto santo. Este pacto o comunión con Dios es para siempre y no es solo de un momento o de vez en cuando. Estar en verdadera comunión con Dios conlleva obedecer sus mandamientos, hacer su voluntad, mantener contacto con Él a través de la oración cotidiana (al levantarnos, al tomar los alimentos, en el trabajo, en el estudio, al acostarnos, en los momentos de dificultades, en las enfermedades, y también en las alegrías), escudriñar su Palabra diariamente para nutrirnos de ella. Pero hay algo más trascendente: nuestro amor al prójimo es consecuencia de nuestra perfecta comunión con el Señor. Por otro lado, es bueno recordar que él prometió estar con nosotros (comunión) todos los días hasta el fin del mundo. Por lo tanto, estar en comunión con Dios es sentir su presencia y recibir sus múltiples bendiciones. Una advertencia que es necesaria hacer a todo creyente, es que para estar en comunión con Dios no solo es reunirse en la iglesia y participar de un ritual cada primer domingo del mes. Es algo más que eso...es estar todo el tiempo en permanente comunión con el Dios de la Vida. Hoy en día, hay muchos creyentes que tienen muchas excusas para hacerlo, le echan la culpan a situaciones externas, tales como: no hay tiempo para orar, menos para leer textos largos de la Biblia; uno llega muy cansado o cansada del trabajo o del centro de estudios a casa y el tiempo que se dispone se dedica al reposo. Por otro lado, el stress no permite concentrarnos para meditar a solas con Dios y leer su Palabra; Dios sabe que somos personas muy ocupadas que solo podemos hacer una oración al paso y él nos comprende. Los domingos los utilizamos para salir con la familia, ir de compras, pasear y luego descansar o realizar tareas pendientes. Hoy en día no es posible guardar un día para el Señor, eso era antes, pero ahora no. Sin embargo, cuando tengo un tiempito vengo a la iglesia, como para que Dios no se enoje y nos castigue. Excusas, excusas, excusas, solo excusas. Pero una excusa que está muy de moda entre nuestra feligresía, es la siguiente: no vengo a la iglesia porque los cultos y las reuniones, son muy aburridas y rutinarios; el pastor siempre dice lo mismo y no me motiva para nada, salgo peor que cuando vine. Yo quiero un lugar tranquilo y en silencio para poder meditar a solas con Dios, pero con tanta bulla ya no me es posible hacerlo. Por último, ahora en la TV transmiten programas religiosos muy interesantes y didácticos que llegan al fondo del alma atribulada. Excusas, excusas, excusas, solo excusas. Sin querer, a través del tiempo estas cosas se van convirtiendo en nuestras excusas para no mantener una verdadera comunión con Dios y nos vamos alejando de esa santa comunión. Algo parecido sucede cuando nos alejamos del fogón, poco a poco nos vamos enfriando. Así nos sucede cuando nos apartamos de la comunión fraternal con Su espíritu. De pronto nuestra fe va decayendo y se enfría, vamos perdiendo el verdadero sentido de la esperanza hasta caer en la desesperación, la depresión, ante un problema que se nos viene, tales como, enfermedades, desgracias, economía en crisis y otras cosas más. Al final, no tenemos fuerza para resistir y seguir adelante luchando por la solución. Es decir, en pocas palabras, todo nos va mal, vamos de peor en peor. ¿Por qué nos pasa todo eso? ¿Dónde está Dios? Queremos encontrar una explicación y no logramos encontrarla. ¿La respuesta? Falta de comunión con Dios. Las bendiciones de Dios solo son derramadas en fieles que viven en santidad y en comunión con él. No hay otra respuesta. Pero a pesar de todo ello, Dios nunca nos deja solos, en su infinita misericordia nos habla a nuestra conciencia y nos vuelve a invitarnos a tener comunión con él. Nos sacude en nuestro interior para hacernos reflexionar y descubrir en su Palabra que él nunca nos abandona, siempre nos da una nueva oportunidad para arrepentirnos. Volver a renovar nuestro pacto con el Dios de la Creación. Por eso, cuando participamos en la Santa Cena, es renovar nuestro pacto con el Señor, recordar que su sacrificio no fue en vano, que él necesita de nosotros y nosotras, todos los días, para ser sus testigos y agentes de salvación para con aquellas personas que aún no le conocen. Que necesitamos nutrirnos por medio de su Santa Palabra, practicar nuestras oraciones diarias, experimentar nuevas experiencias de fe. Todo esto significa renovar nuestra comunión con Dios. Roguemos al Señor para que siempre estemos en comunión con él y nos de las fuerzas necesarias para poder resistir toda tentación que quiera alejarnos de su amor. Amén.
LA BIBLIA EN NUESTRO CONTEXTO DE HOY (Mateo 6:25-34;9:35-38) Si queremos definir qué es la Biblia, empezaríamos diciendo que es el registro de la Palabra viva de Dios el cual nos relata los hechos salvíficos de Dios a través de todos los tiempos, de su alianza con su pueblo, de su misericordia, de su amor desprendido por nosotros al enviar a su Hijo Jesucristo y de la salvación puesta a nuestro alcance por medio de su gracia divina. Sobre la Biblia podríamos seguir diciendo muchas otras cosas más; pero basta recordar lo que dice el salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105); En los labios de Jesús decir: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39); “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21); Finalmente Pablo sostiene que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Para muchos la Biblia es la palabra de Dios desde la cual reflexionamos todo lo referente a nuestra salvación, encontrando en ella un Plan de Salvación el cual es puesto en práctica por la gracia misericordiosa de Dios para nuestra vida cotidiana. Para nosotros los metodistas compartimos con otros cristianos la convicción de que la Escritura es la fuente y el criterio primario de la doctrina cristiana. Mediante la Escritura, el Cristo vivo nos encuentra en la experiencia de la gracia redentora. Nos convencemos de que Jesucristo es la Palabra viva de Dios en nuestro medio en quien confiamos en la vida y en la muerte. Por otro lado, los autores bíblicos, iluminados por el Espíritu Santo, dan testimonio de que en Cristo el mundo es reconciliado con Dios. La Biblia nos da testimonio auténtico de la auto-revelación divina en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, así como en la obra divina de la creación, en el peregrinaje de Israel, y en la actividad continua del Espíritu Santo en la historia humana. Al abrir nuestras mentes y corazones a la Palabra de Dios mediante las palabras de seres humanos inspirados por el Espíritu Santo, la fe nace y se nutre, se profundiza nuestro entendimiento y las posibilidades de transformar el mundo se nos hacen evidentes. La Biblia es el canon sagrado del pueblo cristiano, formalmente reconocido como tal por los concilios ecuménicos históricos de la iglesia. Nuestras normas doctrinales identifican como canónicos treinta y nueve libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo Testamento. Nuestras normas afirman que la Biblia es la fuente de todo lo que es necesario y suficiente para la salvación (Artículos de Religión), y ha de ser recibida mediante el Espíritu Santo como la verdadera regla y guía de fe y práctica (Confesión de Fe). Propiamente leemos la Escritura en el seno de la comunidad creyente, informados por la tradición de esa comunidad. Interpretamos los textos particulares a la luz de su lugar en la Biblia como un todo. Nos ayuda la investigación erudita y la percepción personal, bajo la dirección del Espíritu Santo. Al trabajar con cada texto, tomamos en cuenta lo que hemos podido aprender respecto al contexto original y la intención de ese texto. En este entendimiento apelamos a los cuidadosos estudios históricos, literarios y textuales de los años recientes, que han enriquecido nuestro entendimiento de la Biblia. Mediante esta fiel lectura de las Escrituras podemos llegar a conocer la verdad del mensaje bíblico en lo que éste atañe a nuestras vidas y la vida del mundo. De este modo la Biblia sirve como base de nuestra fe y como el criterio básico mediante el cual medimos la verdad y fidelidad de cualquier interpretación de la fe. Aunque reconocemos la primacía de las Escrituras en la reflexión teológica, nuestros esfuerzos por entender su significado siempre involucran la tradición, la experiencia y la razón. Así como las Escrituras, éstos pueden volverse en vehículos creativos del Espíritu Santo al funcionar dentro de la iglesia. Los mismos avivan nuestra fe, abren nuestros ojos a la maravilla del amor divino, y aclaran nuestro entendimiento. La herencia wesleyana, que refleja sus orígenes en las peculiaridades católicas y reformadas del cristianismo inglés, nos conduce a un uso consciente de dichas fuentes al interpretar la Escritura, y al formular declaraciones de fe basadas en el testimonio bíblico. Estas fuentes son, conjuntamente con la Escritura, indispensables para nuestra tarea teológica. La relación íntima de la tradición, la experiencia y la razón aparece en la misma Biblia. La Escritura da testimonio de una variedad de diversas tradiciones, algunas de las cuales reflejan las tensiones de interpretación dentro de la primitiva herencia judeo-cristiana. Sin embargo, estas tradiciones se entretejen en la Biblia de modo que expresan la unidad fundamental de la revelación de Dios según los individuos la recibieron y experimentaron en la diversidad de sus propias vidas. Las comunidades de fe en desarrollo las juzgaron, por lo tanto, como un testimonio veraz de esa revelación. Al reconocer la interrelación y lo inseparable de las cuatro fuentes básicas del entendimiento teológico, seguimos un modelo que está presente en el mismo texto bíblico. Todo lo anterior, expresado en el Libro de la Disciplina, quedaría como algo meramente teórico sino lo contextualizamos en un quehacer o compromiso. Toda la Biblia nos habla de compromiso, de cambiar lo rutinario por algo diferente, procurar el bien común de todas las personas. De ahí que buscar el reino de Dios y su justicia es llegar a tener un nivel de compromiso con el prójimo. La revelación de Dios se expresa en nuestra historia, Él escucha el clamor de su pueblo sufriente, se encarna y realiza proezas para ejecutar sus propósito de redención. Esa redención no es solamente histórica, sino que es ahora también. Jesucristo no es tan sólo el Cristo histórico sino el Cristo encarnado en su pueblo. En América Latina los hechos salvíficos de Dios tienen sus antecedentes históricos descritos en la Biblia. No son simples relatos del pasado, son hechos que se interpretan desde una realidad concreta. Es el Dios que habla hoy y se revela en los acontecimientos cotidianos, desafiándonos a seguirle a través de Jesucristo. Desde ese punto de vista, la Biblia no sólo es la norma de nuestra fe sino la historia de la salvación, donde la injusticia, la violencia, la opresión y la maldad, son derrotados por el gran amor de Dios. Esta es la esperanza de los que sufren; la fuente de la fe y de la alegría de los oprimidos y de los marginados de la tierra. Hagamos pues de la Biblia nuestra verdadera lámpara y lumbrera para transitar el camino de santidad que Dios nos invita a caminar en estos tiempos de hoy. Amén.
LA BENDICIÓN DE DAR Y RECIBIR (2 Corintios 9:6-15) El apóstol Pablo exhorta a la comunidad de Corinto a ser generosos con las ofrendas, para apoyar la Obra y de esa manera glorificar a Dios: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: ‘Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre’ Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros. ¡Gracias a Dios por su don inefable!” Dios nos ha dado normas precisas para ser personas bendecidas económica y financieramente. En la Biblia encontramos muchas exhortaciones acerca del uso del dinero y nuestra prosperidad. El problema es cómo usar adecuadamente el dinero y lograr dicha prosperidad prometida por Dios. Siempre está la tentación de usar el dinero de una manera desmedida y desenfrenada en busca de mayor riqueza económica. Olvidamos que uno de los puntos iniciales y principales de la técnica de Dios hacia la prosperidad es aprender a dar y dar con sacrificio. El Señor estableció un recurso económico y financiero para sostener a Su pueblo: el diezmo. ¿Qué es el diezmo? Sobre este tema hay muchas opiniones a favor y en contra en el seno de la Iglesia. Pero, ¿qué es el diezmo?. Según la Biblia el diezmo es la décima parte de las entradas o ganancias obtenidas, dedicadas a Dios para fines religiosos y como expresión de nuestra adoración a Él. A cambio el Señor nos abrirá las ventanas de los cielos y derramará sobre nosotros bendiciones hasta que sobreabunden (Gn. 14:20; Lv. 27:30; Nm. 18:28; Dt. 14:22; Mal. 3:8-10; Mt. 23:23). El diezmo es parte de nuestra mayordomía cristiana a la cual todos estamos llamados a poner en práctica en todo tiempo y lugar como parte de nuestro compromiso con el Señor y Su iglesia. Antecedentes La práctica de diezmar es muy antigua y no era de exclusividad del pueblo hebreo, ya que otros pueblos lo hacían también. Hay registro del pago de diezmos en la historia de los egipcios, los griegos y de los pueblos de Mesopotamia; siempre en forma de dar sustento a los cultos y al sacerdocio. La primera mención la encontramos en el libro de Génesis cuando Abraham da los diezmos al sacerdote Melquisedec, luego de su victoria militar sobre cuatro reyes (Gn. 14:17-20). Este hecho nos recuerda la ofrenda de Abel a Dios (Gn. 4:4). Otra referencia, es la promesa de diezmar que hace Jacob a Dios como señal de gratitud por los beneficios que le otorga (Gn. 28:20-22). En todo el Antiguo Testamento, Dios demanda de Su pueblo los diezmos de todo y también las ofrendas. Era claro para todo el pueblo lo siguiente: ü Los diezmos son de Jehová, implicaba la tierra, el producto de ella y los animales (Dt. 14:22-26). ü Servía para el sostén de los levitas y la Obra, para ayudar al extranjero, al huérfano y a la viuda (Dt. 14:29ª). ü Las consecuencias de ese acto implicaba bendición o maldición (Dt. 14:29b; Mal. 3:8-10). Hay un error al considerar que Jesús no trata o no lo interesa el tema del diezmo. Ese error ha servido como excusa para que no pongamos en práctica el diezmo. Sin embargo, Jesús acusa duramente a los escribas y fariseos de hipócritas por su legalismo extremo en la práctica del diezmo, dejando de lado lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Señala que ambas cosas son necesarias hacer (dar el diezmo, practicar la justicia y la misericordia y tener fe). Jesús reconoce explícitamente la práctica del diezmo en su nueva dimensión (Mt. 23:23). Tiene en cuenta también la condición de cada persona y su actitud ante Dios, tal es el caso de la viuda pobre (Lc. 21:1-4). Reflexión Hoy en día esta omisión de la práctica del diezmo ha llevado a la Iglesia a una situación desastrosa con relación a Dios: ü No hay bendiciones, ü No hay recursos para sostener la Obra y la Misión, ü Se ha dejado de ayudar a los pobres y necesitados. Pareciera que el concepto mundano de enriquecerse prevalece en la Iglesia, en el sentido de dar a Dios lo que nos sobra, olvidando que el sistema de Dios implica siempre el dar con sacrificio. Dar con sacrificio significa quedarme con el noventa por ciento de mis ingresos por haberle dado a Dios el diezmo. Dar al Señor con sacrificio implica dar más allá de mis capacidades confiando que El Señor suplirá todo lo que falte conforme a sus riquezas. El apóstol Pablo nos recuerda que:”El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Co. 9:6-7). Algunas preguntas surgen a partir de la reflexión sobre el diezmo: Ø ¿Por qué hemos dejado esta práctica milenaria ordenada por Dios y reconocida por Jesucristo? Ø ¿En qué es pertinente el reclamo de Dios en lo referente a los diezmos? (Mal. 3:8-9) ¿Me alcanza a mí este reclamo? Ø ¿Quiénes son responsables que la Iglesia no cuente con los recursos necesarios para atender la Obra, incluyendo la ayuda a los pobres? Ø ¿Por qué hemos tomado la actitud más cómoda de recibir antes que dar? Hay muchas experiencias positivas con respecto al diezmo. Hoy en día, laicos y pastores, comprometidos con el Señor, están poniendo en práctica la nueva dimensión del diezmo (Mt. 23:23) y están siendo bendecidos ricamente, tal las promesas de Dios (Pr. 3:9-10; Mal. 3:10). Quiera el Señor nos convenza a todos a asumir nuestra mayordomía responsable y logremos que el evangelio de Jesucristo sea extendido y comunicado a muchas más personas en el mundo. Amén.
JUVENTUD: CONTINGENTE DE ESPERANZA (Josué 1:1-9) Este texto bíblico ha sido tomado mucha veces como una arenga a la juventud y se le ha exhortado a seguir adelante y cumplir la tarea en el nombre del Señor. En esta oportunidad quisiera reflexionar acerca del sentido de ser joven y ser esperanza de un nuevo proyecto de vida. Para ello voy a enfocar la reflexión en tres niveles: la esperanza como algo inherente en el ser humano; ¿qué es lo que anula nuestra esperanza?; y el gran salto existencial. a) La esperanza como algo inherente en el ser humano.- Toda persona al nacer lleva consigo en su ser un nivel de esperanza y ésta se va desarrollando en la medida que va avanzando el crecimiento biológico y existencial. Por ejemplo, el bebé, representa el inicio de toda esperanza y está se dará en la posibilidad de seguir viviendo mucho tiempo; la juventud, representa la potencialidad de la esperanza y las ganas locas de sobrevivir ante los avatares de la vida; la adultez, es la esperanza en su plena dimensión y que sigue sobreviviendo en busca de la plenitud de la vida; la muerte, lleva consigo la resurrección como esperanza de una vida más allá de lo terrenal y en la realización de una vida eterna ante la presencia de Dios. Es pues la esperanza una actitud innata del ser humano en busca de algo y mientras viva va en busca de aquello. Esta esperanza está ligada a la confianza y a la espera, es el tiempo de la espera ansiosa y paciente de algo nuevo. De ahí que la esperanza se geste desde el comienzo de la vida hasta el futuro de la misma. Tener esperanza y procurar un futuro feliz son señales de que todo está en regla, que el camino a recorrer en este mundo no es en vano. Por eso los seres humanos somos en este mundo como peregrinos que van gestando una esperanza y un futuro mejor. Dios en su infinita sabiduría creó al ser humano con esta capacidad de engendrar una esperanza, anhelar algo nuevo, gestar un futuro diferente. Es siempre Dios el que alienta al ser humano a transitar por esta experiencia. En el caso de Josué, el Señor le exhorta a obedecer su Palabra y le promete que su camino será prosperado y todo le saldrá bien. No debe tener miedo del futuro porque el Él irá acompañando el proceso. En otras palabras, Dios le estaba diciendo a Josué: camina, no temas ni desmayes, ten esperanza y confianza en mí, yo estaré contigo siempre. Hoy también esta arenga es válida para nosotros. b) ¿Qué es lo que anula nuestra esperanza?.- Esta pregunta nos lleva a revisar con cuidado cuáles son aquellos factores que anulan toda esperanza. Especialmente entre la juventud. Si damos una revisada rápida a los mismos podemos encontrar algunos de ellos, como por ejemplo: miedo, frustración, pobreza, dolor, marginación, engaños, dudas, poca fe, soledad, indiferencia, caos, quiebra, violación sexual, traición, violación de los derechos humanos, falta de credibilidad en al sociedad adulta, imposición de valores culturales, trabas para lograr los objetivos, etc. Todos estos factores se multiplican en la medida en que no haya nadie que indique un nuevo camino a seguir, a salir de la desesperanza. En el diario vivir uno puede ver a tantos jóvenes subsumidos en la desesperación y la desesperanza, no pueden ver más allá de su horizonte, pareciera que todo se acaba y no hay nada nuevo; están al borde del suicidio existencial. Esta generación y las que vienen tendrán que luchar duro si es que quieren salir del hoyo. ¿Cuál es la alternativa? c) El gran salto existencial.- Gestar esperanza es sobreponerse a la realidad trágica en que se vive y tener una nueva actitud frente a ella. Es dar el gran salto existencial a lo nuevo. Es la aventura de la fe. El texto bíblico sobre Josué nos invita a reflexionar lo siguiente: Es Josué quien está frente a la Tierra Prometida por Dios donde fluye leche y miel, es la realización de la Promesa. Es la esperanza hecha realidad. Ahora se apresta a cruzar el otro lado del río Jordán junto con su pueblo. Pero para realizar esta empresa Josué no está solo y no puede poner excusas de que no está preparado. Moisés lo preparó a lo largo del desierto para esta tarea. Dios mismo lo anima a tener una nueva actitud: esforzarse y ser valiente. Es la hora de tomar decisiones y conquistar el futuro. A esta altura del camino no puede haber duda alguna. Josué está debidamente preparado y entrenado, más aún tenía la compañía de Dios. ¿Qué es lo que le correspondía realizar a Josué? Sin duda que empezar a caminar y avanzar hasta lograr el objetivo establecido, en este caso, la conquista de la Tierra Prometida. Josué debía tener fe y tener esperanza en que Dios no le iba a fallar. Es esta fe la que dinamiza la esperanza. Este ejemplo es válido para muchos jóvenes de hoy que están en la búsqueda de algo nuevo y mejor. También es válido para aquellos que siguen preguntándose si son la esperanza del presente o del futuro. Es preciso que salgan de esa duda existencial y emprendan la conquista de su propio futuro. Sobre este asunto sería bueno reflexionar lo siguiente: todo joven es la esperanza presente y futura. Todo futuro se gesta en el presente. Además, el joven de hoy no está abandonado, posee una serie de herramientas útiles para la vida, está preparado y capacitado para enfrentar los avatares de la misma. Es cuestión de animarse a dar el gran asalto existencial y confiar en que Dios estará presente en todos los planes que se proponga (Jer. 29:11). Josué se animó a obedecer a Dios y triunfó. Después de esta reflexión debemos estar conscientes de que la esperanza es algo innato que Dios ha puesto en nuestras vidas y es cuestión de dinamizarla poniendo nuestra fe en Él y confiar en nosotros mismos también. Si somos jóvenes tenemos la gran oportunidad de hacerla operativa y a conquistar el mundo ahora. Que el Señor nos siga animando a tener más fe y emprender con confianza nuestros proyectos. Amén.
JESUCRISTO NUESTRO MEJOR AMIGO (Juan 15:1-17; Josué 1:5-9; Eclesiastés 11:9-12:1) Jesucristo nos invita a estar unidos a Él, así como él lo está a nosotros: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (v. 4). Es una invitación con promesa: "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho" (v. 7). Él nos amará con verdadero amor: "Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado" (vv. 9,10,12). Este verdadero amor genera una verdadera amistad: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (vv. 13,14). Es por eso que podemos afirmar con toda certeza que Jesucristo es nuestro mejor amigo, el único que fue capaz de dar su vida por nosotros, siendo aún pecadores. Sólo nos pide una condición: hacer su voluntad (v. 14). La verdadera amistad demanda amor y obediencia. No se puede amar sin que eso implique fidelidad, obediencia. El amor no debe ser fingido, éste debe ser sincero, sin hipocresías. De ahí que el fruto del verdadero amor es la verdadera amistad. Hoy más que nunca, y en especial la juventud, anhela tener un verdadero amigo que no le falle, que sea su fiel confidente, que se la juega cuando hay que afronta dificultades, que sea sincero, etc. Lamentablemente lo que más abunda en el medio, en el entorno social, son los oportunistas, los parásitos, los que se acercan a uno sólo por el dinero, el interés, las cosas materiales. Nada más. En verdad, ¿quién se la juega por nosotros? ¿Nuestros amigos de la infancia, los compañeros de escuela, los amigos del barrio, los colegas del trabajo?. Ninguno de ellos. ¿No es acaso cierto esta realidad? Hagamos memoria y veremos que no tenemos ningún amigo de verdad que esté dispuesto a dar su vida por nosotros. ¡No lo hay! Felizmente, la Biblia nos dice que si hay un amigo que se la juega por ti y por mí, éste amigo es Jesucristo. ¡Sólo Él! ¡Él es tu mejor amigo! Él jamás te abandona en tus momentos más difíciles: soledad, tristeza, angustia, abandono, desesperación, frustración. Jesús te llama a seguirle, sólo te pide que te esfuerces y seas valiente (Jos. 1:5-9), que te acuerdes de Dios, ahora que eres joven ( Ec 11:9-12:1). Sí, ahora es el momento, no mañana. Él está a la puerta de tu corazón y quiere entrar a tu vida para traerte bendición (Ap. 3:20). Lo único que tienes que hacer es aceptarle como tu gran amigo y salvador. No lo dudes. Hay muchos jóvenes que ya lo han hecho y gozan de la promesa divina. Están trabajando para el reino de Dios. Los puedes encontrar en la escuela, en la calle, en la universidad, en el trabajo, en los conciertos de música, en todo lugar. Ellos están dando testimonio del gran amor de Jesús y de cómo transformaron sus vidas al aceptarle. Tú puedes ser uno de ellos. Que el Señor te bendiga para que realices tu decisión. Amén.
JESUCRISTO: LA LUZ DEL MUNDO (Isaías 9:2; Juan 1:1-14; 8:12) El profeta Isaías profetiza que el pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz, a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Esta luz simboliza la salvación en el contexto del Antiguo Testamento. El pueblo de Israel por mucho tiempo vivía en tinieblas y esperaba que algún día esa luz, la salvación, llegara con el Mesías. Pasaron casi 800 años y esta profecía se cumplió con el nacimiento de Jesús. El padre de Juan el Bautista, Zacarías, lo confirmó en su profecía (Lucas 1:79). Juan el evangelista nos recuerda que Jesucristo es la luz del mundo y que todo aquel que le siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. En otras palabras, todo aquel que anda en pecado, de espaldas a Dios, camina su propio camino, en valle de tinieblas y sin salida. Jesucristo es esa luz, es la salvación, que cambiará esa vida tenebrosa en forma radical a una vida llena de gozo y paz, para ello es necesario aceptarle y seguirle. En este tiempo de adviento, constatamos que el mundo sigue andando en tinieblas y sufre sus terribles consecuencias, no sabiendo cómo salir de ese callejón oscuro. La navidad es un tiempo propicio para afirmar que Jesucristo es esa luz que vino al mundo para salvarlo y nace todos los días en cada corazón que le recibe y le sigue. Simbólicamente representamos las tinieblas estando a oscuras y que de pronto desaparecen al encender una luz. En adviento se encienden varias luces de colores que representan un tema bíblico, pero hay una luz blanca que representa a Jesucristo, nuestro Salvador. Esperamos que no todo quede en simbolismo, sino que sea una realidad nuestro encuentro con Jesús. Que podamos ser testigos fieles de su Amor y Justicia. Al iniciar este primer domingo de adviento, tiempo de espera y reflexión, nos preguntamos: ¿Cómo está nuestra vida? ¿En qué caminos estamos andando? ¿Estamos en las tinieblas o en la luz?. Ahora bien, una pregunta puede surgir: ¿Cómo puedo cambiar mi vida? ¿Cómo puedo acercarme a esa luz admirable que es Jesucristo? He aquí una respuesta e invitación: Ven a Él, acéptale como tu Señor y Salvador y serás salvo, tu y tu familia, desde ahora y para siempre. Si ésta es tu situación y quieres hacer una decisión, te invito a orar pidiendo perdón al Señor y arrepentirte de tus pecados, para que Él, por su gracia, te perdone y te salve. A partir de esa experiencia empiezas a vivir una vida plena y llena de gozo. Amén.
JESÚS Y SUS DISCÍPULAS (Lucas 8:1-3) Muchas veces en la historia de la Iglesia, y actualmente, es muy raro escuchar y hablar de las discípulas de Jesús; comúnmente se mencionan a los discípulos. Los evangelios nos hablan de la novedad del discipulado establecido por Jesús, pero se mencionan a los discípulos como los protagonistas, dejando de lado el discipulado femenino. Este hecho debe llamarnos la atención, ya que bien sabemos que cuando Jesús murió en la cruz, sus discípulos lo abandonaron y el grupo de seguidores se disolvió, tal como lo señala Marcos 14:50: “todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron”; en la conversación de los discípulos de Emaús también demuestra los mismo (Lc. 24:19.24). En esas condiciones el movimiento de Jesús se hubiera extinguido, como sucedió con muchos otros movimientos de su época; pero, después de la resurrección, el grupo es reconvocado gracias a la acción decidida de las discípulas galileas, que logran reunir a los discípulos y avisarles que Jesús resucitó. Este movimiento de Jesús se va a desarrollar durante el siglo I de nuestra historia. A diferencia de otros movimientos (fariseos y esenios), no era exclusivo, sino más bien inclusivo. No está conformado por puros, sino por excluidos por el sistema social y religioso: los “pecadores”, los niños, los enfermos, los pobres y las mujeres. Todos y todas son invitados e invitadas a ser parte del Reino. Con respecto a las mujeres, sin duda que esta situación causó gran escándalo en la sociedad judía. Jesús las aceptó en su movimiento, rescatándolas como hijas de Dios e instruyéndolas como discípulas. Lamentablemente los discípulos y la Iglesia no tomó muy en cuenta esta actitud de Jesús para con las mujeres. Por siglos se sigue manteniendo esta mentalidad patriarcal y hasta nuestros días. Ahora bien, Jesús en su propuesta, que es inclusiva, deja bien claro que para él los varones y las mujeres son iguales. Todos y todas son iguales y responsables en el reino de Dios. De ahí que en muchos casos se le ve a Jesús en acciones liberadoras con las mujeres: curación de la suegra de Pedro (Lc. 22:27b); liberación de la mujer encorvada (Lc. 13:10-17); sanación de la mujer enferma de hemorragia (Lc. 8:43-48); restauración de la mujer sirofenicia (Mc. 7:24-30); liberación de la mujer pecadora (Lc. 7:36-50); diálogo con la mujer samaritana (Jn. 4:4-42); protección de la mujer en el matrimonio (Mt. 19:3-9); mujeres discípulas (Lc. 8:2-3); mujeres testigos de la muerte y la resurrección (Mt. 27:55). Como vemos, las mujeres en los evangelios son las primeras que han comprendido a Jesús y le siguen. Son fieles, no traicionan a Jesús como Judas Iscariote y Pedro (Mc. 14:10.71); Ellas fueron las únicas que acompañaron a Jesús hasta las últimas consecuencias, no importándoles sus vidas. Fueron también las primeras testigos de la resurrección y llevaron las buenas nuevas a los discípulos. Finalmente fueron ellas las que animaron a los discípulos a continuar con la Gran Comisión dada por Jesús (Mt. 28:19-20). Cambiaron la historia de derrota en victoria. Ellas no eran de Jerusalén, eran galileas, extranjeras. Estuvieron desde el principio hasta el final. ¿Qué hubiera pasado con el movimiento de Jesús sin el aporte de decidido de cada una de ellas? Quisiera detenerme en el evangelio de Lucas, en especial en (Lc. 8:1-3), ahí el evangelista cita lo siguiente: “Y aconteció después, que él caminaba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, mujer de Chuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus haciendas”. El propósito de citar este texto es examinar cómo muchas mujeres siguieron a Jesús sin importarles su condición social, espiritual y económica. Fueron discípulas activas y comprometidas con el movimiento de Jesús. El contexto de estos tres versículos es que se ubica después del pasaje de la mujer que derramó el perfume y le sigue luego la parábola del sembrador. ¡El gesto de una mujer perdonada y una enseñanza a ser fecundos en el discipulado! El texto nos describe a un Jesús caminando por pueblos y aldeas, predicando y anunciando el reino de Dios, es decir en plena actividad, y entre el grupo que le acompaña, además de los Doce, están algunas mujeres galileas, que caminan con él, aprenden de él sus enseñanzas, no son rechazadas por el Maestro y están dispuestas a dejarlo todo por él. Muchas de ellas habían sido liberadas de malos espíritus y sanado de sus enfermedades. ¡Todas ellas redimidas por el Señor! ¡Son sus testigos! Dentro de ellas está María, llamada Magdalena, que había sido liberada de siete demonios. Ella es la única que siguió a Jesús hasta el final e incluso fue la primera en ser testigo y anunciadora de su resurrección. Ella debe ser tomada como ejemplo de discípula fiel y comprometida. También hay otras mujeres, discípulas, como Juana, esposa de Chuza, un alto funcionario de Herodes. Ella es una mujer de buena posición social y económica. Aquí podemos notar cómo Jesús había llegado a los sectores más altos de la sociedad. Se deduce que su esposo sabía de Jesús y seguro que era un admirador de él. Otra discípula es Susana, la única vez que se menciona en el evangelio. No se sabe más de ella. Un dato que llama la atención es el que se dice que muchas mujeres, discípulas, servían a Jesús con sus bienes. Es decir, ejercían un diaconado femenino. Tenían un buen nivel económico y social, pero que todo lo habían puesto al servicio del movimiento de Jesús. ¿Qué es lo que les animaba a hacer todo ello a aquellas discípulas? ¿Qué recibirían a cambio? Este hecho nos sugiere que mujeres emprendedoras también seguían a Jesús. En los inicios de la Iglesia también nos encontraremos con estos casos, tal el ejemplo de Lidia, que acepta el Evangelio y acoge, junto con su familia, a Pablo y demás evangelizadores (Hech.16:14-15). Ellas tenían claro que la esencia del discipulado estaba en el servicio a los demás, incluida la distribución de alimentos. Esto ayuda a comprender que el ministerio de la mujer en la Iglesia no solo es reunirse para el té, tejer, apoyar en la cocina o realizar bazares. Es algo que va más allá de eso, es capacitarse, evangelizar y discipular, participar activamente en la organización y dirección de la Iglesia, ser solidaria con los menos favorecidos, educar a la niñez y juventud, organizar forum de reflexión. Todo lo expuesto sirve para indicar que Jesús no solo tuvo discípulos para el cumplimiento de la Misión, sino que también tuvo a mujeres discípulas, que rompiendo esquemas y afrontando muchos desafíos, le siguieron y sirvieron. Además, asumieron el discipulado hasta las últimas consecuencias, yendo hasta la cruz. Sería bueno seguir explorando otros casos más en los evangelios sobre el discipulado femenino que acompañó a Jesús y en la historia de la Iglesia también. Aprender de ellas, de cómo lograron cambiar sus historias personales y la de los demás. Ellas lo arriesgaron todo por amor al Maestro. En nuestro Perú, en especial en la Iglesia, se necesita trabajar más este asunto del discipulado femenino y su incidencia en la sociedad y en la Iglesia. En especial en los sectores populares e indígenas, donde la mujer aún sigue postergada, esperando su redención. La Iglesia debe dar un paso adelante en la reivindicación de la mujer y promover el discipulado femenino en todas sus instancias, a la manera de Jesús. Toca pues a la mujer de hoy hacer su aporte en cualquier parte en que se encuentre, no importando su condición social, religioso, económico y cultural. Que Dios nos ayude como Iglesia a seguir las huellas del Maestro Jesús en ejercer un ministerio inclusivo y redentor. Amén.
JESÚS Y LA ORACIÓN (Lucas 11:1-13) El relato bíblico presenta a Jesús en actitud de oración. De alguna manera era una manera de dar testimonio de su fidelidad y confianza con su Padre. Él estaba a solas poniendo en las manos de Dios todo aquello que creía de compartir con él. Esta actitud es una las características más resaltantes de Jesús den todo su ministerio terrenal. Orar a solas en todo momento y en lugar apartado, es el ejemplo clásico de oración. De pronto, cuando Jesús termina su tiempo de oración, es abordado por uno de sus discípulos, quien le pide que le enseñe a orar. Es muy probable que este discípulo al ver a su maestro orar, fue motivado a hacer lo mismo. Quería orar a la manera de Jesús. Tenía un profundo deseo de orar a Dios, pero no sabía cómo hacerlo. Hoy en día este es el mismo clamor de mucha gente en el mundo, quieren orar fervientemente, pero no saben cómo hacerlo. Aún los creyentes, por más firmes en la fe que se crean, también necesitan aprender a orar a la manera de Jesús. En cuanto a la realidad sobre la oración, aún muchos creen en la eficacia de la oración, pero pocos son los que la practican. Muchos oran, pero son pocos los que oran verdaderamente, se tomen su tiempo para orar, y menos busquen un lugar adecuado para conversar con Dios. La urgencia de la vida hace que muchos oren al paso, oren por cumplir. No es común orar al levantarse, al comer los alimentos, al acostarse. Por otro lado en algunos lugares, la oración es bulla, gritos, confusión y caos. Son las diversas maneras de entender la oración. ¿Cuál será el modelo que Jesús nos daría, hoy?. Jesús al ver esta necesidad, enseñó a sus discípulos de una manera diferente, fuera de toda liturgia o costumbre conocida en su tiempo. El modelo que sigue es la oración conocida como el Padrenuestro. Es la manera de cómo nos debemos dirigirnos a Dios y qué debemos pedir. Este modelo empieza magnificando el nombre de Dios; no empieza con el hombre, ni con la necesidad humana, ni con el clamor desesperado del espíritu; sino que empieza con Dios. Esto nos enseña que hay dos maneras de comenzar una oración: partiendo desde nosotros mismos o partiendo desde Dios. En la oración de Jesús hay una estructura que bien podría servirnos de ejemplo: 1. Empezar con Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Al empezar la oración dirigiéndonos a Dios, reconocemos que Él es nuestro Padre y creador, que está en los cielos. Santo es su nombre. De Él es el reino y toda su realidad. Que se cumpla su santa voluntad en los cielos y en la tierra. Es decir, en la oración, nos dirigimos al Dios Todopoderoso. 2. Expresión de la necesidad: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Este es el momento de pedir con confianza, manifestando nuestras necesidades: pan, trabajo, vivienda, paz, sanidad, prosperidad, liberación, protección divina, etc. Esta confianza debe ser producto de nuestra fe, sabiendo que el Señor no nos abandona. Él nos ha dicho: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (vv. 9-10). Más aún, Él actúa como un padre amoroso que nos ama por sobre todas las cosas: ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (vv. 11-13). 3. El perdón: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Esta es una necesidad espiritual, necesitamos reconciliarnos con Dios y con nuestro prójimo; tenemos hambre y sed de la palabra de Dios y de su misericordia. Tenemos muchas deudas que pagar y otras por cobrar. Si como humanos somos capaces de perdonar las deudas contraídas, cuánto más Dios de perdonar nuestras faltas contra Él y contra nuestro prójimo. 4. Poder para vencer el mal: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” . Debemos siempre pedir protección divina a nuestro Padre Dios. Estamos expuestos a los ataques del maligno. Debemos estar protegidos con la armadura de Dios, para salir vencedores en la batalla (Efesios 6:10-18). Hoy las asechanzas del diablo son terribles y cada vez más sofisticadas. La tentación pulula en nuestro medio ambiente. Muchos son los que caen diariamente y no saben cómo levantarse. Sólo el poder de Dios podrá salvar nuestras vidas indefensas. Tengamos en cuenta la oración de Martín Lutero: "¡Oh Dios todopoderoso! ¡la carne es débil, el diablo es fuerte! ¡Ah, Dios, Dios mío! Te pido que estés junto a mí contra la razón y la sabiduría del mundo. Hazlo, pues solamente tú lo puedes hacer...”. Aprendamos de Jesús, toda su vida fue una vida de oración y de consagración. Nos enseñó que la oración es la mejor manera de relacionarnos con nuestro Padre Dios, de una manera íntima y personal. Oremos siempre en todo tiempo y lugar; suplicando en todo momento, en el Espíritu, la protección divina. Amén.
JESÚS: TEÓLOGO, MAESTRO Y PASTOR (Mateo 9: 35-48) Al leer las líneas de este texto bíblico, se puede apreciar que el autor intenta dar un resumen del ministerio de Jesús y su compasión por las multitudes. Lo presenta como teólogo, maestro y pastor. Estas tres categorías resumen la persona de Jesús. Como teólogo, Jesús, empieza a explicar lo que significa el reino de Dios. Un concepto tan complicado para las multitudes, solo reservado para los teólogos de su tiempo. Jesús quiere que la gente común comprenda que el reinado de Dios es ya una realidad representada en su persona; él es el rey y su soberanía alcanza a todo el mundo. Nadie tiene poder sobre su persona, excepto Su padre Dios. Él ha venido para salvar y consolar a los que sufren todo tipo de dolor o angustia. De ahí que, él sale a buscar a la gente para que conozcan en términos sencillos la soberanía del Mesías. Los teólogos de Israel no habían logrado enseñar al pueblo sobre este tema, se habían dedicado a distraer la fe de la gente con una serie de normas pesadas que ni aún ellos las podían cumplir. Esta es una tarea que también nosotros debemos asumir para con aquellos que no conocen nada sobre este asunto. Nuestro reto es ser los teólogos de este nuevo milenio, al servicio del reino de Dios. Pero, Jesús no solo se contentó con explicar este asunto a los más pobres y humildes, sino que se dedicó a enseñarles y a predicarles el evangelio. Él en su rol como maestro iba en busca de aquellos que no conocían la nueva dimensión del reino de Dios. Decide en forma itinerante enseñar de aldea en aldea, de sinagoga en sinagoga. Una de las formas preferidas de enseñanza es el diálogo; en el utiliza diversas metodologías pedagógicas de su tiempo, y por que no, muy adelantas a su tiempo. Muchos tuvieron acceso a esta nueva manera de enseñanza y lograron como consecuencia convertirse al evangelio del Reino. Entre esas personas estaban sus discípulos, las multitudes, personajes importantes de su pueblo, algunos anónimos otros ricos, otros sabios. También se encontraban mujeres, ancianos, enfermos y desposeídos. ¡Todos tenían acceso a sus enseñanzas! Llegó a ser el Maestro de maestros. Este ministerio de la enseñanza es también un reto para nosotros, el enseñar a nuestro pueblo de las buenas nuevas del evangelio. Otro rol que Jesús asume es el de pastor. La prédica es la forma más práctica de anunciar las buenas nuevas del Reino. Enseñanza y predicación van de la mano. Mucha gente escuchó su prédica y decidieron cambiar sus vidas para siempre. Su mensaje apeló a las condiciones humanas de cada persona y supo llegar a sus corazones. Otra actitud como pastor fue el de consolar y sanar toda enfermedad a los que estaban desahuciados por la ciencia. Tuvo compasión de ellos, los veía como ovejas sin pastor. ¿Cuántos hoy en día necesitan ser consolados y sanados? ¿Cuántos están desamparados esperando una caridad de alguien? ¿Cuántos están angustiados por su futuro y no saben qué hacer? Es ahí donde nos toca asumir esta tarea pastoral como discípulos de Cristo. Ahora bien, ¿Qué pasó con el liderazgo de la nación? ¿Qué rol estaban cumpliendo? ¿No eran ellos los llamados a asumir estos roles que hemos descrito con respecto de Jesús? ¿Por qué Jesús afirma que la mies es mucha y los obreros pocos? Muchas de estas preguntas son también de nuestro tiempo actual. Hay mucha necesidad espiritual y social, pero los obreros y líderes bien preparados y entrenados son escasos. Para responder esas preguntas es necesario tener en cuenta que en los tiempos de Jesús habían muchos líderes religiosos, pero lo que no había eran pastores verdaderos, convertidos de corazón y que fueran capaces de dar la vida por sus ovejas. Muchos de los líderes de Israel se aprovechaban de la fe del pueblo para su beneficio personal. Abusaban de su poder y hasta robaban en demasía. Es entonces que Jesús es el ejemplo de un buen pastor, de un buen líder. ¡Cuánto nos falta acercarnos a su estatura! Como decía antes, hoy también la realidad, en cuanto al liderazgo, es similar a los tiempos de Jesús. Muchos son los que salen de las aulas de un seminario teológico, pero ¿cuántos siguen verdaderamente a Jesús e imitan su liderazgo? Ante esta crisis del liderazgo de la iglesia, vale la pena tener en cuenta las características de un genuino teólogo, maestro y pastor. He aquí algunas de ellas: 1. El origen divino de la vocación.- Debemos tener en cuenta que desde el Antiguo Testamento es Dios quien convoca a los que le van a servir. Él los escoge y llama por su nombre. Cuando Jesús realizó su ministerio público, lo primero que hizo fue llamar a quienes serían sus discípulos y después apóstoles (Mateo 4:18-22; 9:9); primero los capacitó y luego los envió a realizar su misión en el mundo. Nadie puede servir a Dios, si Dios mismo no le llama, capacita y envía. 2. Las cualidades personales.- El Antiguo Testamento exigía, como un requisito indispensable, que quienes servían al Dios Santo fueran santos en toda su manera de vivir (Levítico 19:1). Esa santidad tenía que manifestarse en todas las áreas de la existencia: con Dios, con el prójimo e incluso con la creación (Cf. Éxodo 20; Deuteronomio 5 y Levítico 19). Muchos de los personajes fueron llamados a vivir santamente, a obedecer, creer y seguir a aquel que los había llamado. Y cuando no lo obedecieron, las consecuencias no se hicieron esperar. 3. El estilo de liderazgo.- Jesús, nuestro Señor y Salvador, es el único modelo por excelencia. Su estilo de liderazgo se caracterizó por el servicio y la entrega. Enseñó también que debían escapar de la tentación de un liderazgo modelado según las prácticas de la sociedad y más bien seguir el modelo su modelo (Cf. Mateo 28:25-28; Juan 13:13-17). Hoy en día, todos necesitan recordar y practicar esta enseñanza fundamental. 4. El naturaleza de la vocación.- Jesús realizó un ministerio que respondía a todas las necesidades del ser humano. Estas eran espirituales, mentales y físicas. En resumen, un ministerio integral. Además, el ministerio de Jesús fue personalizado. A todo tipo de personas, sin excepción alguna, todos fueron objeto de la compasión y el amor de Jesús. 5. El propósito de la vocación.- El propósito clave de todo ministerio es capacitar a los santos para el crecimiento y eficacia en el cumplimiento de la misión de la iglesia en la sociedad y el mundo (Efesios 4:11-13). Se debe evitar la tentación de ser el hombre o la mujer orquesta, que todo lo hace. Deben ser más bien facilitadores y entrenadores que capacitan a otros para realizar con eficacia y fidelidad su labor. 6. El carácter colegiado de todo ministerio.- En casi todo el Nuevo Testamento se menciona a los apóstoles, ancianos, profetas, maestros o administradores, dando énfasis en un carácter colegiado del ministerio. En cada iglesia había varias personas que cumplían un ministerio específico (Hechos 14:23; 20:17; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 5:12-13; Tito 1:5; Hebreos 13:7,17,24; 1 Pedro 5:1-4). Este modelo bíblico tiene muchas ventajas prácticas, ya que las exigencias, tareas y responsabilidades de todo ministerio, son atendidas por un grupo de personas con diversos talentos, dones y capacidades. 7. Los títulos a recibir.- Los títulos o nombres que reciben los diversos ministerios en la iglesia van desde ancianos, obispos, pastores, maestros, profetas, diáconos y administradores. Hoy en día, de acuerdo a las necesidades de la iglesia existen otros títulos, tales como, siervo, teólogo, exégeta, hermeneuta, biblista, voluntario, ujier, consejero y director. Todos esos títulos se resumen en: servicio y entrega (Cf. Colosenses 3:23-24). 8. La responsabilidad ante Dios.- En muchos pasajes del Nuevo Testamento se describe a los siervos de Dios como mayordomos que han de rendir cuentas de su mayordomía ante Dios (Mateo 24:45-51; 1 Corintios 4:1-5). Si son fieles y responsables, el Señor les recompensará, el Príncipe de los pastores de las dará su merecido (Cf. 2 Corintios 12:9-10). Finalmente, es bueno considerar que no es posible llevar a cabo la misión que el Señor nos ha encomendado, con nuestras propias fuerzas y recursos. Dependemos de la gracia y bendición de Dios para realizar un ministerio fructífero. Tengamos en cuenta el consejo de un viejo siervo para todos los siervos que han sido llamados por Dios para servir a Su iglesia: "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria" (1Pedro 5:1-4).
JESÚS SIEMPRE VIENE EN NUESTRO PRONTO AUXILIO (Lucas 8:26-39) El relato bíblico nos presenta a Jesús en plena actividad, está yendo de un lugar a otro; en el camino se encuentra con una serie de asuntos que tiene que atender, entre ellos, los milagros. Jesús va un lado de la orilla del lago para ir al encuentro de un joven cuya situación es trágica. Él está poseído por una legión de demonios, que han hecho de su vida un guiñapo; mejor dicho, un endemoniado, totalmente desnudo, cuya morada son los sepulcros y sin esperanza. Nadie da nada por él, está condenado a vivir esclavo y sin ninguna esperanza. La sociedad lo ha abandonado a su suerte. Este es el estado trágico de este joven. Es en esas condiciones que se produce el encuentro entre Jesús y este joven. Jesús ha venido en auxilio de esta alma abatida y esclava de los demonios. Esta situación nos recuerda nuestra propia situación, cuando estábamos esclavos del pecado y de demonios mil. De pronto Jesús vino en nuestro auxilio y nos liberó de toda opresión y tomó nuestras cargas. El encuentro es muy espectacular, el joven lanza un gran grito y se postra a los pies de Jesús, en señal de reverencia y respeto. Nadie lo puede creer. Luego se produce un diálogo entre ellos, desde la pregunta de este joven: ¿Qué tienes conmigo? hasta la pregunta de Jesús: ¿Cómo te llamas?. Luego de superar las discrepancias y producida la liberación de los demonios, el joven se encuentra restituido y a los pies de Jesús. Muchas veces hemos sido como este joven, tuvo que venir Jesús en nuestro auxilio para liberarnos. Tal vez nadie creía en nuestra liberación. Hoy le servimos con reverencia y lealtad. ¡Liberado! es lo que la multitud puede comprobar en forma atónita. Algunos tienen miedo de lo acontecido y huyen del lugar, mientras que otros vienen a ver lo que está pasando en su ciudad. No pueden creer lo que están viendo: el joven endemoniado, que estaba desnudo y hecho un guiñapo, ahora está libre, vestido, cuerdo y a los pies de Jesús. Pero el relato no nos deja ahí, sino que nos dice que este joven quiere seguirle a donde vaya Jesús, contrariamente a un grupo de gente que quiere que se vaya del lugar para no perturbarlos de su rutina diaria. No quieren saber nada de Jesús, prefieren estar esclavos en sus cosas y no tener la vida eterna. Sin embargo, para Jesús el testimonio que pueda dar este joven es muy importante, de ahí que le pide que se quede y cuente las maravillas que el Señor ha hecho en su vida. De endemoniado se convierte en evangelista. De alguna manera esta experiencia es nuestra también; muchas veces estuvimos como este joven y ahora hemos sido liberados. El Señor, en su infinita misericordia, nos rescató de lo profundo de las tinieblas para sacarnos a su luz admirable (Cf. 1 Pe. 2:9-10). Hoy somos personas con libertad y dignidad. Redimidos al servicio del reino de Dios. En conclusión, no olvidemos que el Señor nunca nos abandona. Basta recordar cómo Dios socorrió a Moisés cuando éste se encontraba al borde abismo, entre el mar y Faraón. Bastó a Moisés extender su vara y con el poder del Señor el mar se abrió de par en par, para que el pueblo lo cruzara sin ningún peligro (Cf. Exodo 14). De ahí que podemos afirmar con certeza que el Señor siempre viene en nuestro auxilio, él sabe lo que nos pasa; por su gracia y misericordia, nos rescata de nuestra situación, nos redime y nos llama a servirle. Tiene compasión por nosotros. Todo lo que Dios haga por nosotros, cualquiera sea la situación, siempre es con un propósito; nunca es en balde su acción en nuestras vidas. Hay muchos testimonios acerca de esto. Por su amor somos liberados de todo mal, pecado, posesión endemoniada, enfermedad, crisis, pobreza y desolación. Liberados, ahora nos manda a que anunciemos sus maravillas a toda criatura, para que crea y sea redimido por siempre. ¡Esa es nuestra tarea! Que el Señor nos ayude a continuar esta santa tarea de proclamar su Palabra a toda criatura. Amén.
JESÚS SIEMPRE CAMINA CON NOSOTROS (Lucas 24:13-35) Era el tercer día de la resurrección de Jesús, y dos de sus discípulos regresan rumbo a la aldea de Emaús en plena luz del día. En su caminar ellos no pueden distinguir a Jesús resucitado, están muy preocupados, conversando sobre todo lo que había acontecido en Jerusalén. Muchas veces a nosotros mismos nos pasa eso, gente conocida que pasa por nuestro lado y no las reconocemos porque estamos muy ocupados o distraídos con nuestro celular, ipod, tablet u otro aparato moderno. Hoy Jesús puede pasar por nuestro lado y no lo reconoceremos. Para estos caminantes todo había terminado, todo había quedado en meras promesas, sus esperanzas y sueños habían sido destruidos. Caminaban con mucha desilusión y desconcierto. Esto es como cuando al escuchar la palabra de Dios en el templo, encontramos alegría, fe y esperanza en algo nuevo, y de pronto, al salir del templo, al volver por nuestros caminos, nos tropezamos con personas o situaciones que atentan contra nuestra fe y nuestra esperanza, y ahí nos desilusionamos y perdemos las esperanzas en las promesas de Jesús resucitado, olvidando que él está cada día junto a nosotros. Algo así estaba pasando en ese momento en el camino a Emaús. De pronto Jesús les habla, les reprende por su falta de fe, pero también les anima a seguir adelante, explicándoles con la Escritura todo sobre Él. De la misma manera, Jesús nos acompaña y nos anima a seguir viviendo, a seguir soñando y a seguir luchando por nuestros ideales, todos los días. El final de la historia la sabemos, los discípulos lo pudieron reconocer cuando Jesús hizo unas señas y luego regresaron a Jerusalén a contar a los otros discípulos todo lo que les había ocurrido con Jesús resucitado. Nosotros muchas veces somos como estos dos caminantes de Emaús, esperamos recibir señales para creer o para aceptar que Jesús está a nuestro lado para darnos una mano o un aliento. Cuando pasa algo desagradable ahí mismo nos angustiamos, nos desesperamos, perdemos las esperanzas y nos abandonamos a nuestras propias fuerzas. Debemos aprender de este relato, que Jesús está vivo, Él vive hoy, porque resucitó, y esa experiencia debemos experimentarla también nosotros hoy. Él está siempre al lado nuestro, no se mete en nuestras vidas, sino que está al lado, esperando que lo invitemos a entrar en nuestras vidas. Jesús no se metió en la casa de los dos discípulos, sino que esperó a que ellos lo invitaran. Cuando Jesús mora en nuestras vidas, la noche se convierte en día; el ocaso en nuevo amanecer; la tristeza en alegría; el dolor en sanidad; la desesperanza en esperanza. La fe en Cristo nutre nuestro ser y sólo con un encuentro personal con él puede cambiar nuestras vidas y nuestros rumbos. Cuando eso sucede, entonces podemos tener la seguridad de que su resurrección es una realidad hoy en día, no es una historia, es una experiencia viva y actual. ¿Creemos eso?. Que el Señor de la vida nos siga animando a anunciarle que él resucitó y vive entre nosotros para siempre. ¡Aleluya, gloria a Dios!. Amén.
JESÚS EL MESÍAS: PROFECÍAS Y CUMPLIMIENTO (Isaías 52:13-53:12; Lucas 4:16-21) Mesías es el título dado a Jesús, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Tanto en hebreo (mashiakh) como en griego (χριστος) significa: ungido. En tiempos bíblicos se ungía la rey, al sacerdote y al profeta, como un significado espiritual. De ahí la unción simbolizaba la consagración del ungido a Dios para una función particular dentro de los propósitos divinos. Ejemplos: Saúl, Eliseo y Ciro. Durante el reinado de los reyes, el pueblo hebreo esperaba que cada rey mostrara las características de un "ungido de Dios", pero con el fracaso sucesivo de los diversos reyes de Israel, se comenzó a proyectar esa esperanza hacia el futuro. Ante cada desastre en Israel, se esperaba un pronto auxilio de Dios por medio de su Mesías. Desde ya se comenzó a gestar la "esperanza mesiánica", donde Dios enviaría a su Mesías como instrumento de redención. Es por eso que los profetas comienzan a anunciar que este Mesías sería un personaje con poder sin límite, que establecería definitivamente la paz y la justicia sobre el mundo (Cf. Is. 9:7; 11:4; Os. 14:2-9; Am. 9:11-15). El profeta Isaías hace hincapié que este Mesías será diferente a las expectativas humanas y que más bien será el "Siervo sufriente de Jehová", que en lugar de dominar es oprimido y angustiado, y en vez de vengarse de sus enemigos, acepta humildemente el injusto castigo que éstos le dan (Is. 53:1-9). Para el profeta Jeremías el Mesías tiene más bien una función sacerdotal, es un representante de Dios y también representa al pueblo ante Dios (Jer. 23:5-6; 33:8.15-18). Por último, el profeta Zacarías muestra al Mesías como "justo, salvador y humilde" (Zac. 9:9). Por el eso el Mesías en el Antiguo Testamento es el Salvador del pueblo. Cuando Jesús aparece en la escena de la historia salvífica y comienza a ser llamado el Mesías, es ese el significado que le da el pueblo: el salvador del mundo. Él tenía conciencia de las expectativas del pueblo que anhelaba su pronta liberación; sin embargo, Él no descarta esa justa aspiración popular, sino que quiere ir más allá: la liberación plena, es decir, una liberación que involucre a la persona y a su entorno social. Jesús al leer al profeta Isaías quiere enfatizar que todo lo que se ha dicho acerca de su persona, es cierto y que ahora dará cumplimiento de las mismas. En todo su ministerio terrenal da evidencias que efectivamente él es el Ungido del Señor. Hoy la Iglesia, es la iglesia que estableció el Señor Jesús y que ha prevalecido a través de los tiempos, es la heredera del cumplimiento profético y está llamada a proclamar a Cristo, el Mesías, el Ungido del Señor. En medio de un mundo incrédulo y turbulento, es necesario darle a conocer, pero no con sólo palabras, sino con acciones productos de la fe y el amor. Jesús es el Mesías esperado, aún todavía entre los humildes, los pobres, los desvalidos, los marginados, los violentados de nuestra actual sociedad. La función profética de la Iglesia debe ser ejercida con firmeza y con mucha, confiando que no estamos solos, sino que Jesús, el Mesías, está siempre con nosotros. Él sigue siendo nuestro señor y Salvador, nuestra esperanza, nuestro consolador, nuestro pronto auxilio en la tribulación. El mundo necesita tener evidencias de todo lo que estamos afirmando y comprobar que las profecías acerca del Salvador, se cumplieron definitivamente. Que el Señor nos siga acompañando en la Misión y nos siga bendiciendo en medio de las pruebas. Amén.
JESÚS: LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA (Juan 20: 1-18) El texto nos informa que en el primer día de la semana, después del día sábado, que para nosotros ahora es domingo, se produjo el gran milagro de la toda la historia humana: la resurrección de Jesús. Es bueno detenernos un momento para reflexionar sobre este asunto del primer día de la semana el cual ha generado controversias entre los mismos cristianos. Aquí, en el texto, se presenta el primer día de la semana como oposición al día séptimo, el día sábado. Hasta el día sábado Jesús había acabado su misión y era el día de reposo. Todos sabemos la importancia del día sábado en la historia sálvifica. En el día sábado Dios acabó su proyecto creador y descansó; además, hizo que todo su pueblo guardara este día como un día para adorarle y descansare de toda tarea. De este hecho, otros creyentes se aferran firmemente para no modificar el día sábado como día de descanso. Indicar el primer día de la semana es subrayar el comienzo de una nueva era, una nueva creación, el triunfo de la vida ante la muerte. Es la nueva dimensión del antiguo Pacto hacia un nuevo Pacto; es el establecimiento del nuevo reino de Dios. Ya Jesús había redimensionado la Ley, la Pascua, y ahora lo hace con el día sábado. Ahora la Creación y la Salvación adquieren una nueva dimensión salvífica. De ahí que para los cristianos, hijos del nuevo Pacto, guardar el primer día de la semana, el domingo, es celebrar la vida, la nueva creación por medio del nuevo Adán, Jesús. En el relato hay un hecho que aveces pasa por desapercibido, y es el hecho de que es María Magdalena, la pecadora y que había padecido de terribles enfermedades por posesión de espíritus malignos (Luc. 7: 36-50), despreciada por todos, y que Jesús la había perdonado y liberado de todos sus terribles males; es ella quien tiene el privilegio de darse con la sorpresa de encontrar la tumba vacía, señal de que Jesús había resucitado. Una mujer redimida gozando de las buenas nuevas de la nueva creación. Es el encuentro del nuevo Adán y la nueva mujer. Pareciera que lo acontecido en el huerto del Edén adquiere una nueva dimensión, ahí estaban Adán y Eva, la vieja creación, que nos recuerda la caída, la aparición de la muerte; ahora, en el sepulcro, lugar de la no vida, la muerte, está ahora el nuevo Adán, Cristo, que ha vencido a la muerte y representa la vida eterna, ante la presencia de una mujer redimida, que ha nacido de nuevo, que ha pasado de la muerte a la vida. Ella es la que ahora lleva la gran noticia a los demás discípulos: ¡Jesús ha resucitado!. Algo similar nos recuerda a la mujer samaritana, la que era adúltera y que Jesús también la redimió, anunció esta salvación a todos los de su aldea. Es por eso que los cristianos guardamos el domingo, como el primer día de la semana, para reafirmar que en ese día resucitó el Señor, además para alabar a nuestro Dios y descansar de nuestras tareas cotidianas. El domingo es pues para nosotros el primer día de la nueva creación de Dios. De ahí que es en Jesucristo que hemos heredado la vida eterna; él es el Rey del reino de Dios y nosotros sus ciudadanos. ¡Jesús resucitó! Es el grito de triunfo y de esperanza de todo cristiano. No es una patraña, es una realidad; las evidencias de su resurrección fueron registradas en los evangelios, tales como: · La piedra que cubría el sepulcro estaba movida (Mt. 28:2). · La tumba estaba vacía y el ángel confirmaba que el Señor había resucitado (Mt. 28:6). · Nadie sabía de lo ocurrido (Mc. 16:10-11). · Sólo los guardias habían presenciado lo ocurrido y fueron a la ciudad a dar su informe a los principales sacerdotes; pero éstos compraron su silencio y mintieron a cambio de mucho dinero (Mt. 28:11-15). · Cristo se apareció a sus discípulos, especialmente a Tomás, que pidió pruebas (Jn. 20:19-29). Hoy también nosotros podemos dar pruebas de que Jesucristo vive, porque él también ha resucitado en nuestro corazón. Nos sacó de las garras de la muerte para darnos la vida plena. Cada día morimos y renacemos a la vida en un nuevo amanecer; cada día nuevo es una nueva oportunidad, una nueva esperanza, una forma diferente de vivir la vida. Por eso celebrar la resurrección de Jesús es celebrar la victoria sobre la muerte y reafirmar el fundamento de nuestra fe. Amén.
JESÚS ES LA LUZ QUE NOS LIBERA DE LAS TINIEBLAS (Juan 9:1-41) En este capítulo encontramos a Jesús fuera del templo, tuvo que salir a escondidas para no caer en manos de sus perseguidores que lo esperaban para apedrearlo (v. 8:59). Este capítulo 41 del Evangelio de San Juan, tiene tres secciones, las cuales las vamos a considerar en nuestra reflexión. 1. Curación a un ciego de nacimiento.- Esta sección de los versículos 1 al 12, pone a Jesús ante una disyuntiva: resolver si una enfermedad es resultado de algún pecado o es una oportunidad para que se manifieste la gloria de Dios. Es el caso que Jesús está de camino y ve a un hombre ciego de nacimiento y este hecho da motivo a que los discípulos le planteen una cuestión que responde a la época: la desgracia es consecuencia del pecado que Dios castigaba en proporción a la gravedad de la culpa. De ahí que la ceguera era una maldición. Jesús les responde que en este caso la ceguera no es el resultado del pecado, ni de él ni de sus padres; ésta es una ceguera natural. Pero también tiene un sentido simbólico, se debe a la acción de las tinieblas. Este hombre representa a los que desde siempre han vivido en la oscuridad, en la ignorancia y en la opresión. Sus padres le han transmitido su propia condición de vivir en las tinieblas. Jesús ve en la ceguera una ocasión para que se manifieste en este hombre la acción de Dios. Afirma que no es un castigo, y que Dios no es indiferente ante el mal; Él quiere que el hombre salga de su situación y le ayuda a ello. El ciego es un muerto en vida, nunca conoció la luz/vida. Ahora en él se va a mostrar la gracia y el poder de Dios, será una señal de cómo el Señor se manifiesta con los que han nacido y siguen privados de una vida en plenitud. Antes de manifestarse el poder de Dios, Jesús advierte a sus discípulos que han de unirse a su actividad. En el ciego va a manifestarse las obras de Dios por manos de Jesús, pero también los suyos han de realizarlas. Jesús subraya la necesidad de trabajar y la urgencia de la misión. Mientras es de día, es decir, mientras hay la posibilidad de trabajar, antes de que se acerque la noche, donde ya no hay posibilidad de hacer algo. La noche es el período de la tiniebla. Hay un tiempo de luz, cuando Dios se manifiesta ofreciendo su salvación, y hay otro tiempo en que la oportunidad pasa y se va, es la ausencia de la luz. La noche es el mundo sin Jesús, que es la luz. Él al decir: "Soy la luz del mundo" en realidad está diciendo una metáfora que define su misión como Mesías, referido en Isaías 42: 6ss y 49:6ss "como luz de las naciones y abrir los ojos de los ciegos". Ahora bien, aclarado el asunto del ciego, Jesús pasa del discurso a la acción. Lo hace de una forma natural y sencilla, utilizando la tierra y la saliva. Va a realizar un milagro, pero a la vez hay un símbolo en ello: el barro va a simbolizar la creación del nuevo hombre. La saliva representará su espíritu. Por otro lado, Jesús toma los elementos de la medicina popular de su tiempo, en el cual se creía que la saliva tenía poder curativo y era de uso común. Jesús al untar al ciego con el barro en los ojos, representará el proyecto de Dios realizado, cuya encarnación es Jesús mismo. La curación no será automática, el ciego tendrá que poner su parte y esto se concretará yendo a la piscina, según la orden de Jesús. La piscina representa la fuente bautismal cristiana. El hombre siguió las instrucciones de Jesús y obtuvo la vista; ahora tiene vida en plenitud, ha sido liberado de las tinieblas. Es ahora un hombre nuevo. Esta es la señal de la salvación anunciada por el profeta Isaías (29:18ss; 35:5,10; 42:6-7; 49:6-9a; 60:1; 61:1-2). Algo de esto nosotros también hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. Vivíamos en las tinieblas y ahora vivimos en Su luz admirable. Ante el milagro realizado, la gente se queda perpleja al ver a este hombre, que de mendigo y ciego, ahora es un hombre libre y con vida plena. La gente lo identificaba, no como ciego, sino como un mendigo sentado, es decir, por su condición social: un hombre inactivo y dependiente. La vecindad no puede distinguir entre el viejo hombre y el nuevo hombre; entre el hombre esclavo y el hombre libre. Todo este acontecimiento genera curiosidad de la gente y quiere saber dónde está Jesús. La señal salvífica suscita una esperanza en el pueblo y ahora quieren encontrarlo. 2. La incredulidad de los fariseos.- La gente, a pesar de ser testigo de lo acontecido con este hombre, muestra su ambigüedad. Por un lado quiere encontrar a Jesús, pero por otro lado acude a los fariseos con intenciones no muy santas. Quieren saber si lo hecho por Jesús en el día de reposo está bien o está mal. Ahora bien, ¿por qué a ellos? Simplemente ellos eran dirigentes muy activos y tenían el control sobre el pueblo en todo sentido. Estos fariseos ven en este acontecimiento una gran oportunidad para acusar a Jesús de haber violado la Ley, en realidad no les interesa el hecho de la curación, sino el cómo se ha hecho, porque es ahí donde pueden verificar si ha habido infracción o no. La respuesta de este hombre es breve, no quiere dar más de detalles, para él Jesús lo sanó y eso basta. Su respuesta genera división entre ellos. Para un grupo, la observancia de la ley es el único criterio válido. Según ellos, a Dios no le interesa el sufrimiento del hombre o si éste está inválido; lo inviolable, el valor supremo, es la Ley. Para el otro grupo de fariseos, dudan si Jesús es un pecador, que equivale a ser impío; ya que ¿cómo se podría explicar que siendo pecador puede hacer milagros?. Ante la duda y la división entre ellos, deciden preguntarle al hombre sanado su parecer, como testigo de excepción. Él con toda sencillez expresa: "Jesús es un profeta", similar a lo que dijo la mujer samaritana en una oportunidad (cf. Jn. 4:19). Como puede verse, estos fariseos, que son cómplices con el orden injusto, pertenecen al mundo de las tinieblas, no creen ni quieren ver el gran milagro realizado por Jesús, el Salvador, porque contrasta con sus convicciones y derriba sus sistema teológico. La ideología, que está constituida en prejuicios y privilegios, es para ellos indiscutible y por eso los ciega terriblemente. Están atrincherados en ella, deforman o niegan la realidad. Tal es su desesperación que llaman a los padres del antes ciego para descubrir si hay o no fraude. Si no lo hay habrá que recurrir a un a priori teológico que justifique su postura. Para su sorpresa de ellos, los padres confirman el hecho de que su hijo nació ciego, pero no saben quién lo ha sanado. Los remiten a su propio hijo; en realidad sienten temor de ser cómplices de Jesús y que por ello sean expulsados de la comunidad judía. Los padres no pueden expresar su alegría por la curación de su hijo, ni mostrarse agradecidos a Jesús. Impera el miedo por doquier, estas personas viven atemorizadas, no se atreven a desafiar a sus dirigentes, ellos tienen el poder y la última palabra en todas las cosas. Hay frustración entre ellos, no han podido demostrar fraude en el hecho de la curación. Los padres han confirmado que su hijo nació ciego. Los fariseos quieren ahora evitar el testimonio del hombre en favor de Jesús, lo que desprestigiaría a su institución. Quieren intentar que renueve su lealtad a ellos, en contra del que le ha dado la vista. Los antes divididos han llegado a un consenso: "A nosotros nos consta que ese hombre es un pecador" Vemos aquí el conflicto entre la verdad del hecho salvífico y el prejuicio teológico, al final este último vence. Defienden su postura, negando la evidencia. Son los enemigos de la luz; con la mentira intentan extinguirla. Muchas de estas cosas se repiten hoy en día en nuestra sociedad actual. Pareciera que las tinieblas prevalecieran ante la luz. Ante el interrogatorio acosador, el hombre responde: "Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora no" Él no quiere meterse en cuestiones teológicas. Sólo sabe que su estado actual es mucho mejor que el de antes y eso no puede negarlo. Sin embargo, ellos insisten vanamente, lo que demuestra intranquilidad por parte de estos conocedores de la Escritura, al comprobar el cumplimiento de las profecías anunciadas por Isaías. Ante la insistencia, el hombre redimido y liberado de las tinieblas, se permitió hacerles una pregunta irónica: ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos? Esta pregunta saca de quicio a los fariseos y los pone al descubierto. Recurren a la violencia verbal y al insulto. Se oponen a la verdad, rechazan la luz y se refugian en su tradición, en su ideología para no aceptar la novedad que es Jesús. Hacen del personaje Moisés un absoluto, olvidando que él mismo anunció la realidad que traía Jesús. Argumentaban su rechazo a Jesús: "De Moisés nos consta; de ese no". No quieren reconocer en Jesús las buenas nuevas de liberación anunciada por él mismo al comienzo de su ministerio (cf. Lc. 4:16-21). Este personaje desconocido hasta ese momento, ridiculiza el argumento de los dirigentes judíos y les propone un criterio muy simple para salir de su dificultad. Utiliza una teología popular: "Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad a ése oye" Aquí se produce el clímax del interrogatorio; los dirigentes se encuentran acorralados y pierden los estribos. Vuelven a afirmar su superioridad, pasan al insulto y deforman la realidad. Ellos son los poderosos, no tienen nada que aprender de este pobre hombre. Ellos lo saben todo y encuentran respuestas teológicas para todo, hasta para negar la evidencia. Finalmente, se recurre a la violencia y no a la razón. Lo expulsan de su comunidad. No pueden aceptar la verdad y ahora este hombre les resulta un estorbo, un peligro, un obstáculo para sus intereses. Rechazan a Jesús y a los que le siguen. Así como Jesús tuvo que salir del templo, así también los suyos seguirán el mismo camino. No hay otra alternativa. 3. El reencuentro feliz de Jesús con el hombre sanado y rechazado.- Jesús sale al encuentro de este hombre marginado y despreciado por todos, es el débil de la comunidad, es el que ha resistido la prueba y la tentación de los poderosos. Jesús nunca abandona al que le ha sido fiel. Jesús lo confronta con su persona, la luz del mundo. La pregunta: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? es muy importante, ya que la respuesta es fundamental para el seguimiento. La fe es el fundamento para adherirse a él, no hay otro camino. Jesús le está preparando el camino. Este hombre aún no tenía conciencia de quién era Jesús y ahora quiere saberlo para expresarle su fe. Ahí en ese momento, Jesús se le revela, tal como lo había hecho a la mujer samaritana (cf. Jn. 4:26). Él es la luz del mundo, el Salvador. Como resultado de este encuentro el ciego curado se entrega al Señor Jesús y le rinde el verdadero culto al Hijo de Dios. Por último, se produce el desenlace del relato al establecer Jesús el juicio divino; invierte el orden establecido, los ciegos ven y los que ven se volverán ciegos. Aún existe la incredulidad, pero el juicio ya sido hecho. La sentencia de Jesús es: "Si antes se creían sin pecados, ahora lo están". Ellos están ciegos, no pueden ver la luz y no sólo no quieren ver, sino que imponen sus mentiras como verdad. Por eso el profeta Isaías expresaba: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!" Por todo ello es que el pecado aún permanece. Que el Señor Jesús nos ayude a seguirle como la luz entre las tinieblas y nos guíe a ser verdaderos testigos de su amor y redención; que podamos proclamarle a todo aquel que aún no le conoce. Amén.