jueves, 16 de mayo de 2013

EL PECADO QUE MORA EN LOS CREYENTES (Mateo 12:43-45) Hay tres preguntas que siempre me las hice, desde que me convertí al Señor Jesucristo, y éstas no son por pura curiosidad o que se plantean en forma antojadiza. Estas preguntas resultan de leer con atención la Santa Biblia y observar la conducta de los nuevos creyentes en Cristo, como en mi caso particular. Estas son: ¿Existe el pecado en aquel que está en Cristo? ¿Permanece el pecado en los que creen en Él? ¿Queda algún rezago de pecado en aquellos que son nacidos de nuevo, por la fe en Cristo, o están totalmente limpios?. Resolver estas preguntas, pienso que es de vital importancia para el nuevo creyente, porque de la correcta interpretación que se de a la obra salvífica de Dios y de los intentos de Satanás por destruirla, dependerá mucho su felicidad presente y futura. Además, siento que este es un tema que nadie prefiere preguntar o tratar, debido a lo complejo que es. Más aún si en la Biblia encontramos testimonios de que el pecado ha seguido morando en los siervos de Dios. Desde los inicios de la iglesia primitiva ya se advierte a los creyentes en Cristo que tienen que luchar contra las asechanzas del diablo, y lo más peligroso, contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, y que deben protegerse con la armadura de Dios para ser fortalecidos en el Señor y en el poder de su fuerza (Ef. 6:10-12). A nadie le es oculto que esta lucha se manifiesta en las tentaciones, tal el caso de los discípulos del Señor, aún en los mismos apóstoles, en los casos de inmoralidad e infidelidad en las nuevas comunidades de fe, (Por ejemplo: Pedro y su negación; la petición de la madre de Santiago y de Juan, la traición de Judas Iscariote; los pleitos de Pedro y Pablo; el engaño de Ananías y Safira; los problemas en las comunidades de Corinto, Éfeso, Pérgamo, Tiatira; Sardis, Laodicea; etc.). El mismo apóstol Pablo siente en carne propia los efectos del pecado que quiere gobernar su vida (Ro. 7:7-25; 2 Co. 12:1-13). De ahí que es bueno tener en cuenta lo que nos dice Pablo con respecto al contraste que hay en toda naturaleza: carne y espíritu, ley y gracia, fe y obras, nuevo y viejo hombre, luz y tinieblas, Dios y mundo, justicia y pecado, espíritu y letra, primer y último hombre (Ro. 7, Gá. 5 y Ef. 4:17–5:20). Todo esto nos revela que hay un proceso de santificación en todo creyente en el que va operando la gracia santificante de Dios. Uno mismo puede dar testimonio de cómo este proceso ha sido real en nuestras vidas. Al comienzo de nuestra salvación se presentan innumerables pruebas y tentaciones del maligno, en unas hemos cedido y en otras hemos resistido gracias al auxilio del Espíritu Santo. El pecado siempre está asechando en nuestra vida. Los espíritus malignos quieren volver a morar en nosotros (Mt. 12:43-45). Conozco muchas personas que después de haber conocido al Señor y entregar sus vidas a Él, han caído en el pecado y sus vidas han sido peor que antes. Algunos pudieron salir de esa situación con la ayuda del Espíritu y otros se perdieron en el mundo. Sin embargo, a pesar de todas esas vicisitudes, gracias a Dios no estamos solos en este mundo, ya que Él envió a su Hijo para nuestra salvación y al Espíritu Santo para nuestra protección. Felizmente hay una gran diferencia entre aquel que no sabe nada del plan de salvación de Dios y aquel si lo conoce. El no creyente es esclavo del pecado y no puede liberarse por sí mismo; el creyente a partir de su fe en Cristo afronta todo tipo de prueba y tentación, resiste en carne propia los efectos del aguijón del demonio, sabiendo que Cristo mora en su vida, para luego salir vencedor en la batalla. Pero, si por alguna circunstancia caemos en pecado por causa de nuestra debilidad en la fe, tenemos a Cristo como abogado que puede perdonarnos si nos arrepentimos de corazón. Él nos dice: "Bástate mi gracia" (2 Co. 12:9a). Es bueno tener en cuenta lo que el apóstol Pablo nos comparte en sus cartas: "Porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co. 12:9b-10). Permanecer en la fe en Cristo y vivir en el mundo es una cuestión de voluntad y de firmeza para afrontar las pruebas y tentaciones de Satanás que nos asecha como lobo feroz. En el creyente, la carne se sigue manifestando y se declara una lucha brutal para apartarnos el amor de Cristo, pero he ahí la capacidad de resistencia, con ayuno y oración, para no ceder ante cualquier tentación. La gracia santificante de Dios nos va puliendo y perfeccionando hasta llegar a la estatura de Cristo. Por último, ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 8:35-39). Ante esta cruda realidad de la salvación temporal no nos queda más que aferrarnos en las manos de nuestro Salvador y pedir, en oración, fortaleza para seguir peleando la buena batalla sabiendo que Él es el único que nos dará la corona de vida y la salvación eterna. Tengamos mucho cuidado de los ataques del enemigo y sigamos firmes y adelante huestes de la fe, sin temor alguno que Jesús nos ve. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario