jueves, 16 de mayo de 2013

LA EFICACIA DEL ESPÍRITU SANTO (Juan 14:15-31) Este pasaje está en el contexto de que Jesús es el único camino para llegar al Padre y que no hay otro. Más aún, nos advierte que todo lo que se pida en su nombre se hará (Cf. Jn. 14:1-14). De igual manera Jesús hace recordar a sus discípulos que él ha de enviar al Espíritu Santo. Pero, para que esto suceda hay una condición que se debe cumplir: amarle y guardar sus mandamientos. La venida del Espíritu Santo tiene como finalidad acompañar y enseñar a los discípulos, desde ahora y para siempre. No estarán solos en la tarea. Esta experiencia el mundo no la puede comprender, ni menos puede recibir el Espíritu Santo, debido a que no le conocen. Los discípulos si tienen este conocimiento y pueden experimentar esta presencia del Espíritu Santo. La promesa del envío del Espíritu Santo data desde hace muchos siglos, el profeta Joel ya lo había anunciado (Joel 2:28-32). Y en Jesús se hace realidad esta promesa en el momento de que es bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán (Lc. 3:21-22), luego se va a manifestar en todo su ministerio (Lc. 4:16-22). Estas experiencias de la presencia del Espíritu Santo, especialmente en la vida de Jesús, nos lleva a reflexionar que él se manifiesta y actúa de diversas maneras y que no hay espacio ni tiempo que limite su accionar, pero que una de las formas más grandes de su manifestación es cuando se expresa en términos de servicio hacia los demás. En Jesús se da esta eficacia de la presencia del Espíritu Santo. Por otro lado, Jesús de alguna manera nos advierte que para recibir el Espíritu de Dios hay que pasar previamente por un proceso y este consiste en permanecer en su amor y poner en práctica sus mandamientos, para lograr perfeccionar nuestras vidas y sólo así será posible recibir el Espíritu Santo. La fidelidad a Él y la puesta en práctica de sus enseñanzas es la condición. No hay otro camino a seguir. Ahora bien, ¿cómo se manifestará el espíritu de Dios en nosotros? En Juan 16:8 se nos da una respuesta: a) Convencerá al mundo de pecado: Situación actual; b) Convencerá al mundo de justicia: Gracia c) Convencerá al mundo de juicio: Redención. Como decíamos anteriormente, la vida y ministerio de Jesús estuvo influenciado de la acción del Espíritu Santo, al convencer al mundo de su pecado, hacer que vuelvan a Dios y se arrepientan; acercó la gracia de Dios para perdonar cualquier pecado y redimir a su pueblo de sus ataduras y esclavitud; anunció el juicio final y la recompensa que les espera a los que perseveraren hasta el final. Es interesante revisar qué es lo que pasó luego de la experiencia de Pentecostés (Hch. 2:43-47; 4:32-37). No todo quedó en el mero éxtasis de la experiencia carismática, sino que se consolidó el amor, la fraternidad y la solidaridad entre los hermanos. Como resultado de esa relación amorosa la iglesia crecía imparablemente. Otro ejemplo de esta acción eficaz del Espíritu Santo lo encontramos en Hch. 6:1-7. Ahí podemos ver que las condiciones para ser un diácono era estar lleno del Espíritu Santo, de buen testimonio y que tenga sabiduría. Esteban es un buen ejemplo de ser un servidor de Dios (diácono). Él representa un buen ejemplo de la primera comunidad cristiana primitiva, pero ahora existe una lista grande de servidores y servidoras del Señor, que dan sus vidas y sus tiempos para servir a su prójimo de muchas maneras. Dan testimonio de la acción eficaz y del poder del Espíritu Santo. Hoy en día preocupa aquellas doctrinas que han surgido dentro del cristianismo que sólo enfatizan la experiencia del éxtasis carismático, olvidando todo lo que anteriormente ya hemos mencionado acerca e su acción a favor del prójimo. Todo tiene su lugar y su momento, pero no podemos quedarnos siempre extasiados y huyendo de los problemas de este mundo. Al menos Jesús no lo hizo así. Finalmente, podemos decir junto con Pablo que el Espíritu se recibe por el oír con fe (Gál. 3:1-5). Y que los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gál. 5:22-23). Oremos pues al señor que nos colme de bendición y derrame su Espíritu entre nosotros, por siempre. Amén.

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