jueves, 16 de mayo de 2013

LA CO-RESPONSABILIDAD EN LA TAREA DE DIOS “porque nosotros somos colaboradores de Dios,..” (1 Corintios 3:9a) Desde hace mucho tiempo se viene diciendo que la mejor manera de realizar una tarea es compartiendo las responsabilidades con los agentes actuantes de una organización o grupo. En la Administración actual de las organizaciones empresariales y aún en las de servicio, la participación de todos sus miembros y grupos de interés se ha convertido en un asunto de vital importancia para el desarrollo y crecimiento de las mismas. Esta nueva actitud permite lograr un mayor grado de compromiso e identificación con la organización, canaliza y estimula la capacidad creadora e innovadora de los individuos y, en definitiva, incrementa la calidad y la productividad en el trabajo. Hoy en día la participación ha desplazado a la autocracia. Ahora se pide opinión, se solicita consultas, se escucha a los subordinados antes de emprender una determinada acción. Este hecho viene dando paso a un nuevo enfoque basado en la auto-responsabilidad o co-responsabilidad del grupo en la toma de decisiones. Desde el punto de vista bíblico esta actitud participativa viene de Dios mismo. Veamos algunos ejemplos en el Antiguo Testamento: Dios designa a Adán y Eva como sus colaboradores, permitiendo de esa manera que el ser humano sea co-partícipe de su Creación; pero a la vez le hace responsable de la conservación de la misma y del cuidado de los que habitan la tierra (Génesis 1:28-30). En muchos pasajes bíblicos podemos encontrar cómo Dios quiere que nosotros seamos co-responsables de Su obra redentora. Así Abraham es llamado para conformar el pueblo de Dios (Génesis 12:1-3); A Moisés se le encargó la misión de liberar al pueblo de Dios de la opresión de Egipto (Éxodo 3:1-10); Josué recibe el encargo de llevar a Israel al otro lado del Jordán (Josué 1:1-2); los jueces y los reyes de Israel tienen la responsabilidad de conducir y gobernar a Israel de acuerdo a los planes de Dios. Un ejemplo más es el caso de los profetas, quienes son llamados a anunciar a todos las Buenas Nuevas del Señor, con el propósito de que cambien su situación equivocada, se arrepientan y vivan una vida en plenitud. El testimonio del profeta Jeremías es una evidencia más, de cómo el Señor nos llama a ser parte de su obra salvífica (Jeremías 1:4-10). En el Nuevo testamento encontramos que José y María son co-responsables de la venida del Mesías. Por otro lado, Jesús encarga a sus discípulos la tarea de proclamar las Buenas de Nuevas a toda criatura (Mateo. 28:19-20); y por último, el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros también somos colaboradores de Dios. Es decir, Dios se ha dignado, por su gracia y misericordia, compartirnos la tarea de redimir al mundo de la esclavitud del pecado. Él nos hace co-partícipes de la construcción de Su reino. De ahí que todos somos llamados a participar de esta labor divina aquí en la tierra. El apóstol Pedro nos dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1Pedro 2:9-10). Esta actitud de involucrarnos en la Gran Tarea de Dios, debe predominar en nuestra comunidad de fe, la iglesia, donde todos somos co-partícipes de la gestión y de los resultados. Nadie debe sentirse relegado en la tarea de proclamar el Evangelio de Jesucristo a toda criatura, aún nuestros niños y niñas son parte de este nuevo proceso administrativo en la vida de la comunidad eclesiástica. Dios nos ha dado dones y talentos para realizar la tarea de evangelizar a nuestro pueblo, no debemos desmayar y seguir adelante, a pesar de las adversidades, las dificultades y la falta de comprensión de algunas personas de nuestro entorno social. Como Iglesia tenemos un ideal y propósito bien definido, como hijos e hijas de Dios sentimos que Él nos ha llamado a servirle en este apostolado de la evangelización y la enseñaza, que somos co-partícipes de la formación de una nueva generación y de la construcción de una nueva sociedad, basados en los principios y valores cristianos. No desperdiciemos esta gran oportunidad de ser parte del Plan de Dios. Por otro lado, los cristianos y cristianas somos también co-responsables de la situación que viven nuestros pueblos, al no haber intervenido en la solución de los diversos problemas que han originado la crisis de valores, que representan la antivida. Nos hemos dejado estar, no hemos dado nuestra voz profética como iglesia para denunciar las injusticias, el pecado de los gobernantes y el alejamiento al Dios de la Vida y de la Paz. No hemos anunciado la voluntad de Dios para con Su pueblo: “Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Hay un acontecimiento relatado por Jesús en la Biblia acerca de nuestra co-responsabilidad en los propósitos de Dios, se trata de la historia del buen samaritano, que todos conocemos (Lucas 10:25-37). El asunto comienza con una pregunta, casi inocente: ¿Quién es mi prójimo? El final del relato nos dice que nosotros somos parte de ese plan de Dios, hacia el bienestar de los demás, no sólo es responsabilidad de Dios y de sus ángeles, sino también nuestra. Hoy nuestra sociedad necesita ejemplos solidarios que permitan asumir roles compartidos en situaciones difíciles. No hay que esperar sentados que Dios haga toda la tarea. Para eso Dios nos ha dado dones y talentos para ponerlos al servicio de los demás. Ahora más que nunca tenemos la gran responsabilidad de ser luz y sal del mundo. Hay muchas cosas que están pasando en nuestro mundo, y nadie se detiene un momento para ser solidario con el que sufre, con el que no tiene que comer y no tiene un hogar, con el enfermo en el hospital. Todos estamos ocupados en nuestras tareas cotidianas, no hay lugar para el otro, primero soy yo y luego yo mismo soy. El Señor nos está llamando a cooperar con Su reino, aquí, y no en el más allá.

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