jueves, 16 de mayo de 2013

EL REINO DE DIOS CRECE A PESAR NUESTRO (Marcos 4:26-32) Este relato viene después de la parábola del sembrador, en la cual Jesús explica el destino que ha de tener la palabra de Dios cuando ha sido sembrada. Ahora va a explicar cómo crece el reino de Dios aquí en la tierra. Las dos parábolas nos ilustran cómo este reino de Dios está en crecimiento, avanzando, sin que podamos darnos cuenta de ello. Hay que explicar que el reino de Dios es el gobierno o reinado divino de Dios en la tierra. Es la meta que Dios nos ha establecido en todo el universo. En la primera parábola hay tres aspectos que quisiera destacar: 1. La incapacidad del ser humano para entender cómo crece la semilla y el reino de Dios.- El agricultor no hace nada para que la semilla crezca, la semilla posee el secreto de la vida y crece por sí misma. De igual manera ningún ser humano posee el secreto de la vida, ésta se desarrolla por sí misma. Dios es quien ha establecido su origen y su desarrollo y fin. Tampoco ha creado nada. Todo ya está dado y con sus propias leyes. Puede descubrir cosas o leyes; puede reordenarlas; puede desarrollarla; pero no puede crearlas. De igual manera, nosotros tampoco hemos creado el reino de Dios, éste es de Dios y a él le pertenece. Podemos creer o no en él; podemos oponernos a él o hacerlo realidad. Al final el Señor hará su voluntad y lo establecerá como él desea que se haga. Muchas teologías han surgido hoy en día sobre su concepción y cada quien se cree dueño del mismo. Nadie puede explicar cómo a pesar de tanta persecución y dificultades, el reino de Dios avanza inexorablemente a su realización. 2. Lo referente al reino de Dios.- El tema principal es referente al crecimiento y a nuestra percepción del mismo. Con respecto a este asunto hay tres cosas que deseo considerar: El crecimiento es imperceptible.- Generalmente no vemos crecer las plantas en el momento, sino que después de un tiempo nos damos cuenta del mismo. No tomamos nota cuánto de agua, de luz y de tierra necesita una planta para crecer. La vemos, pero no medimos su desarrollo, simplemente está. Lo mismo sucede con el reino de Dios. Si lo comparamos con una hora atrás, o con el día de ayer, es muy probable que no hallemos ningún logro o desarrollo. Pero si contrastamos este siglo con el anterior, o este milenio con los anteriores, entonces nos daremos cuenta que muchas cosas sí se han dado y nos evidencia que el reino de Dios se va haciendo realidad y está en crecimiento. Por ejemplo, las barbaridades que se cometían en aquellas épocas serían impensables hoy en día; en algo se ha humanizado la sociedad. Y esto ¿por qué? simplemente porque el reino de Dios avanza, no nos damos cuenta de ello, pero avanza por la gracia de Dios. El crecimiento es constante.- El texto bíblico nos dice que día y de noche, mientras el labrador duerme, la semilla crece indefectiblemente. Nadie se queda a observar como crece la semilla, ni tampoco nadie se percata de su crecimiento silencioso. Todo ocurre según el tiempo de Dios. ¿Cómo se da este crecimiento? Dios ha dado leyes naturales a su creación para que ésta las cumpla más allá del control humano. De esa misma manera, la obra de Dios se realiza silenciosamente, pero con pasos seguros hasta su meta final. ¿Quién puede detener la obra de Dios? Nada ni nadie puede impedir que el reino de Dios siga avanzando y que muchos escuchen la palabra de Dios y cambien sus vidas por una vida en plenitud, de acuerdo a esa Palabra. El crecimiento es inevitable.- Una semilla que ha sido sembrada en buena tierra, sin duda llegará a ser una hermosa planta y ésta crecerá inevitablemente. Si hay algo que se lo impida se abrirá paso en medio de esa dificultad. Por ejemplo, un árbol puede romper un pavimento de cemento con la fuerza de su crecimiento. Cualquier buena semilla puede también abrirse paso entre el pavimento del camino para que las primeras hojas de su plantita reciban la luz del sol. Así mismo ocurre con el reino de Dios. Éste irrumpirá pese a cualquier dificultad. Pese a la rebeldía y desobediencia humana, la obra de Dios prosigue y se sigue sembrando la Palabra a toda criatura y en todo el mundo. Nada al final puede detener el cumplimiento de los designios de Dios. 3. El tiempo de la consumación.- A todo fruto maduro le llega la cosecha. Efectivamente, hay un momento en que hay que recoger los frutos y otro es cuando hay que destruir la paja y las malezas. De esa manera, cuando venga el Señor será la consumación de todas las cosas y Él establecerá el juicio divino. ¿Cuándo será ese día glorioso? Jesús mismo nos dice que ni él mismo lo sabe, ni los ángeles, sino el Padre (Mc. 13:32). Lo que si nos advierte que más bien debemos estar atentos y en oración constante, porque no sabemos cuándo será el final de los tiempos (Mc. 13:33). Hoy en día, mucha gente está preocupada por el fin de los tiempos, antes que preocuparse por el presente. Ante esta situación, el Señor Jesucristo nos invita a tener paciencia y esperanza. El mundo avanza en forma acelerada, la mayoría está esclava del tiempo y de respuestas inmediatas a nuestros problemas e inquietudes. Todos estamos desesperados y ocupados, no hay tiempo para nadie, menos para Dios. No nos damos cuenta que el tiempo le pertenece al Creador y que todo se hace según su voluntad. Mil años son como un día (Sal. 90:4). No dejamos que Dios nos hable ni tampoco aprendemos en confiar en Él. ¡Todo tiene su tiempo nos dice el Predicador (Ec. 3). Hoy vivimos una atmósfera que está contaminada, todo nos asfixia, pero lo más trágico es que la mayoría de las personas viven en una situación de angustia y desesperanza. ¡Nada tiene sentido! Todo está perdido. La desesperación no sólo está en la sociedad civil, sino dentro de la Iglesia también. Hay muchos que se desesperan porque la Iglesia no les dice nada ni llena sus vacíos existenciales. Otros, porque el mundo en que se vive no es el paraíso deseado, etc. Por otro lado, tenemos los que deciden eliminarse y ya no pensar nada de estas cosas. Sin embargo, Dios nos llama a tener mucha paciencia y vencer nuestras dificultades, no dejándonos que todas esas cosas nos derroten. Solo practicando esa paciencia que no admite derrotas, tendremos esperanza en el presente y en el mañana. Somos cada uno de nosotros esas semillitas que el Señor ha plantado en este mundo para ser constructores de su Reino, ahora, no mañana. Él nos pedirá cuentas de lo que hayamos dado como fruto, en el juicio final. Si no hemos logrado frutos, seremos como la maleza o la paja destinada al fuego. Confiemos en el Señor y no desmayemos, por que Él estará con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos, según su promesa. Aprendamos pues, de estas enseñanzas que el Señor Jesucristo nos quiere dar a través de este pasaje bíblico. Vivamos en calidad de vida, siguiendo su ejemplo. Sembremos su Palabra y dejemos la cosecha al Señor de la viña. Amén.

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