jueves, 16 de mayo de 2013

JESÚS Y SUS DISCÍPULAS (Lucas 8:1-3) Muchas veces en la historia de la Iglesia, y actualmente, es muy raro escuchar y hablar de las discípulas de Jesús; comúnmente se mencionan a los discípulos. Los evangelios nos hablan de la novedad del discipulado establecido por Jesús, pero se mencionan a los discípulos como los protagonistas, dejando de lado el discipulado femenino. Este hecho debe llamarnos la atención, ya que bien sabemos que cuando Jesús murió en la cruz, sus discípulos lo abandonaron y el grupo de seguidores se disolvió, tal como lo señala Marcos 14:50: “todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron”; en la conversación de los discípulos de Emaús también demuestra los mismo (Lc. 24:19.24). En esas condiciones el movimiento de Jesús se hubiera extinguido, como sucedió con muchos otros movimientos de su época; pero, después de la resurrección, el grupo es reconvocado gracias a la acción decidida de las discípulas galileas, que logran reunir a los discípulos y avisarles que Jesús resucitó. Este movimiento de Jesús se va a desarrollar durante el siglo I de nuestra historia. A diferencia de otros movimientos (fariseos y esenios), no era exclusivo, sino más bien inclusivo. No está conformado por puros, sino por excluidos por el sistema social y religioso: los “pecadores”, los niños, los enfermos, los pobres y las mujeres. Todos y todas son invitados e invitadas a ser parte del Reino. Con respecto a las mujeres, sin duda que esta situación causó gran escándalo en la sociedad judía. Jesús las aceptó en su movimiento, rescatándolas como hijas de Dios e instruyéndolas como discípulas. Lamentablemente los discípulos y la Iglesia no tomó muy en cuenta esta actitud de Jesús para con las mujeres. Por siglos se sigue manteniendo esta mentalidad patriarcal y hasta nuestros días. Ahora bien, Jesús en su propuesta, que es inclusiva, deja bien claro que para él los varones y las mujeres son iguales. Todos y todas son iguales y responsables en el reino de Dios. De ahí que en muchos casos se le ve a Jesús en acciones liberadoras con las mujeres: curación de la suegra de Pedro (Lc. 22:27b); liberación de la mujer encorvada (Lc. 13:10-17); sanación de la mujer enferma de hemorragia (Lc. 8:43-48); restauración de la mujer sirofenicia (Mc. 7:24-30); liberación de la mujer pecadora (Lc. 7:36-50); diálogo con la mujer samaritana (Jn. 4:4-42); protección de la mujer en el matrimonio (Mt. 19:3-9); mujeres discípulas (Lc. 8:2-3); mujeres testigos de la muerte y la resurrección (Mt. 27:55). Como vemos, las mujeres en los evangelios son las primeras que han comprendido a Jesús y le siguen. Son fieles, no traicionan a Jesús como Judas Iscariote y Pedro (Mc. 14:10.71); Ellas fueron las únicas que acompañaron a Jesús hasta las últimas consecuencias, no importándoles sus vidas. Fueron también las primeras testigos de la resurrección y llevaron las buenas nuevas a los discípulos. Finalmente fueron ellas las que animaron a los discípulos a continuar con la Gran Comisión dada por Jesús (Mt. 28:19-20). Cambiaron la historia de derrota en victoria. Ellas no eran de Jerusalén, eran galileas, extranjeras. Estuvieron desde el principio hasta el final. ¿Qué hubiera pasado con el movimiento de Jesús sin el aporte de decidido de cada una de ellas? Quisiera detenerme en el evangelio de Lucas, en especial en (Lc. 8:1-3), ahí el evangelista cita lo siguiente: “Y aconteció después, que él caminaba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, mujer de Chuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus haciendas”. El propósito de citar este texto es examinar cómo muchas mujeres siguieron a Jesús sin importarles su condición social, espiritual y económica. Fueron discípulas activas y comprometidas con el movimiento de Jesús. El contexto de estos tres versículos es que se ubica después del pasaje de la mujer que derramó el perfume y le sigue luego la parábola del sembrador. ¡El gesto de una mujer perdonada y una enseñanza a ser fecundos en el discipulado! El texto nos describe a un Jesús caminando por pueblos y aldeas, predicando y anunciando el reino de Dios, es decir en plena actividad, y entre el grupo que le acompaña, además de los Doce, están algunas mujeres galileas, que caminan con él, aprenden de él sus enseñanzas, no son rechazadas por el Maestro y están dispuestas a dejarlo todo por él. Muchas de ellas habían sido liberadas de malos espíritus y sanado de sus enfermedades. ¡Todas ellas redimidas por el Señor! ¡Son sus testigos! Dentro de ellas está María, llamada Magdalena, que había sido liberada de siete demonios. Ella es la única que siguió a Jesús hasta el final e incluso fue la primera en ser testigo y anunciadora de su resurrección. Ella debe ser tomada como ejemplo de discípula fiel y comprometida. También hay otras mujeres, discípulas, como Juana, esposa de Chuza, un alto funcionario de Herodes. Ella es una mujer de buena posición social y económica. Aquí podemos notar cómo Jesús había llegado a los sectores más altos de la sociedad. Se deduce que su esposo sabía de Jesús y seguro que era un admirador de él. Otra discípula es Susana, la única vez que se menciona en el evangelio. No se sabe más de ella. Un dato que llama la atención es el que se dice que muchas mujeres, discípulas, servían a Jesús con sus bienes. Es decir, ejercían un diaconado femenino. Tenían un buen nivel económico y social, pero que todo lo habían puesto al servicio del movimiento de Jesús. ¿Qué es lo que les animaba a hacer todo ello a aquellas discípulas? ¿Qué recibirían a cambio? Este hecho nos sugiere que mujeres emprendedoras también seguían a Jesús. En los inicios de la Iglesia también nos encontraremos con estos casos, tal el ejemplo de Lidia, que acepta el Evangelio y acoge, junto con su familia, a Pablo y demás evangelizadores (Hech.16:14-15). Ellas tenían claro que la esencia del discipulado estaba en el servicio a los demás, incluida la distribución de alimentos. Esto ayuda a comprender que el ministerio de la mujer en la Iglesia no solo es reunirse para el té, tejer, apoyar en la cocina o realizar bazares. Es algo que va más allá de eso, es capacitarse, evangelizar y discipular, participar activamente en la organización y dirección de la Iglesia, ser solidaria con los menos favorecidos, educar a la niñez y juventud, organizar forum de reflexión. Todo lo expuesto sirve para indicar que Jesús no solo tuvo discípulos para el cumplimiento de la Misión, sino que también tuvo a mujeres discípulas, que rompiendo esquemas y afrontando muchos desafíos, le siguieron y sirvieron. Además, asumieron el discipulado hasta las últimas consecuencias, yendo hasta la cruz. Sería bueno seguir explorando otros casos más en los evangelios sobre el discipulado femenino que acompañó a Jesús y en la historia de la Iglesia también. Aprender de ellas, de cómo lograron cambiar sus historias personales y la de los demás. Ellas lo arriesgaron todo por amor al Maestro. En nuestro Perú, en especial en la Iglesia, se necesita trabajar más este asunto del discipulado femenino y su incidencia en la sociedad y en la Iglesia. En especial en los sectores populares e indígenas, donde la mujer aún sigue postergada, esperando su redención. La Iglesia debe dar un paso adelante en la reivindicación de la mujer y promover el discipulado femenino en todas sus instancias, a la manera de Jesús. Toca pues a la mujer de hoy hacer su aporte en cualquier parte en que se encuentre, no importando su condición social, religioso, económico y cultural. Que Dios nos ayude como Iglesia a seguir las huellas del Maestro Jesús en ejercer un ministerio inclusivo y redentor. Amén.

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