jueves, 16 de mayo de 2013

LA ENTRADA DE JESÚS A JERUSALÉN (Marcos 11:1-11) A medida que la oposición se hacía más fuerte, Jesús se daba cuenta de que llegaría el día en que debería enfrentarla. No podía permanecer más en las aldeas de Galilea; debería enfrentar a su nación y a sus enemigos en la ciudad de Jerusalén. Sería la última etapa del camino en el largo viaje de Jesús. No era la primera vez que entraba a Jerusalén. Él tenía amigos en la ciudad santa, por eso consigue fácilmente el pollino. Nada estaba improvisado. Ya estaba dada la contraseña. ¿Por qué Jerusalén y no otra ciudad?. Sólo ahí Jesús podría hablar a toda la nación, pues aquella ciudad era el centro vital de todo judío devoto. Había llegado el momento, Jesús se iba acercando a la ciudad santa. Allí proclamaría su mensaje del reino de Dios: las Buenas Nuevas. Ahora bien, en la ciudad de Jerusalén debería enfrentar a los hombres que más lo odiaban: los fariseos y los saduceos, los escribas y los herodianos, los sacerdotes y el mismo sumo sacerdote. Según el autor del evangelio, la semana comenzó con alegría y con cantos mientras Jesús entraba en Jerusalén, por lo menos así lo había profetizado el profeta Zacarías. El salmista también lo había anunciado (Sal. 118:25-26). Jesús al decidir entrar a Jerusalén cabalgando sobre un asno, no lo hizo así porque estaba cansado, sino porque así lo había planeado cuidadosamente. Anteriormente los reyes de su época utilizaban el caballo para ir a la guerra, pero cuando volvían en paz, cabalgaban sobre un asno. Ahora Jesús quería entrar a la ciudad como rey, pero como un rey de paz que quería conquistar la ciudad, no con la fuerza de la violencia, sino con la fuerza del amor. Sin duda que este hecho tenía un significado para el pueblo, era la representación de la profecía del Mesías que llegaría en humildad, no en orgullo, ni cabalgando en un corcel de guerra. Este Rey y Mesías traería paz y reinaría con justicia, como lo habían predicho los profetas. El pueblo anteriormente había presenciado a los antiguos profetas representando mensajes por medio de símbolos. Por ejemplo, Jeremías se colocó un yugo sobre su cuello y caminó por la calles de Jerusalén. Lo hizo para que el pueblo supiera que pronto estaría bajo el yugo de Babilonia. Asimismo, Isaías anduvo por las calles de Jerusalén descalzo y casi desnudo, como un prisionero de guerra. De esta manera anunció que los israelitas serían llevados a la cautividad por los asirios. De ahí el regocijo del pueblo al saber que venía y hacía su entrada el Rey y Mesías prometido. Habían captado el espíritu de lo que Jesús estaba haciendo y por ello se volcó con alegría a recibirlo. Se quitaban sus mantas y con gritos de júbilo las tendían en el suelo, formando una gran alfombra de vivos colores: rojo, azul y marrón. Como banderas y estandartes usaban las ramas de los árboles y arbustos, y las agitaban al aire, mientras exclamaban: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! Todo esto no podía pasar desapercibido. Jesús hablaba y actuaba como un profeta. La atención de Jesús se enfocaba en la ciudad de Jerusalén. El evangelista Lucas nos relata que algunos fariseos corrieron hacia la puerta de la ciudad y dijeron a Jesús que reprendiera a esa gente y que se callen. Pero, ¿quién podía decirle a él lo que debería hacer? ¿Se quería de esa manera echar a perder el gozo de su entrada en la ciudad del monde de Sión? Sin embargo, Jesús les respondió: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Para Jesús, su entrada en Jerusalén montado en un pollino era una proclama sin palabras; era un manifiesto dirigido a las autoridades romanas y judías, y a la nación también. La primera acción de Jesús, al día siguiente, fue expulsar a los mercaderes de los mercados del templo, corazón del poder religioso y político de Israel. Jesús era un hombre de acción; todo lo que hizo resultó ser más eficaz que todo lo que pudiera haber dicho. Resumiendo, podemos decir que este acto realizado por Jesús significaba que él era el Gran Libertador de toda la humanidad y que al ingresar a Jerusalén, capital de la corrupción y de las injusticias, dejaría en descubierto la gran hipocresía de los sacerdotes y autoridades, al engañar al pueblo con una falsa religiosidad, que solo satisfacía a intereses personales. En estos tiempos, al recordar este acto de Jesús, debemos tener la misma alegría y gozo del pueblo israelita, afirmando nuestra esperanza y alegría en Jesucristo que pronto vendrá a liberarnos y para que ello suceda debemos dejar que Él entre en nuestros corazones y ciudades para que nos transforme y seamos instrumentos de amor, paz y esperanza. Ahora bien, que en estos días de Domingo de Ramos, nadie nos quite el gozo de gritar a los cuatro vientos: "¡Hosanna al hijo de David!. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!. ¡Hosanna en las alturas!. Amén.

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