jueves, 16 de mayo de 2013

LA GLORIA Y LA VICTORIA AL ESTILO DE JESÚS (Marcos 10:35-45) Hay una situación de testimonio personal que se da ente relato. El autor Marcos parece decir las cosas tal como sucedieron y no ocultar nada. Sin embargo, Mateo el otro autor de un evangelio, en este mismo relato (Mt. 20:20-23) presenta a Salomé, la madre de ellos, quien es la que hace el pedido a Jesús. Quizás Mateo ha querido salvaguardar la reputación de Juan y de Santiago. Marcos nos muestra a los discípulos, tal como son, con sus debilidades y sin apariencias. Santiago y Juan eran muy ambiciosos y querían la gloria después de la victoria de Jesús. Tenían buena posición económica y buena reputación. Pensaban que su superioridad social les daba derecho a ocupar un lugar privilegiado. Muchas veces pasa lo mismo con los cristianos y cristianas de hoy. Ante esta situación, se puede ver que ellos no habían entendido en absoluto a Jesús. De ahí que Jesús los desafía preguntándoles si podían soportar todas las pruebas que él tendría que pasar. Les advertía que no hay corona sin cruz. Pero a pesar de ello, respondieron: "¡Podemos!". Esta respuesta nos lleva a dos reflexiones: la soberbia de parte de ellos, o al final, su esperanza era sin límites para alcanzar el cielo. Jesús les advierte también que a él no le toca separar los lugares, sino al Dios, su Padre. El relato también nos presenta a los otros 10 discípulos que reaccionan ante el pedido de Santiago y Juan. Se enojaron con ellos porque se adelantaron a lo que también ellos querían. Jesús ante esta situación un poco incomoda, los llama a reflexión para que puedan saber cuál es la diferencia entre su Reino y el reino de este mundo. La diferencia es que en este reino del mundo, el criterio de la grandeza es el poder. ¿Cuánto tienes? Tanto vales. Desde esta perspectiva el poderoso es el que tiene grandezas. Por otro lado, en el reino de Jesús, el criterio es el servicio. La grandeza no consiste en someter a los demás a servidumbre, sino someterse uno mismo al servicio de los demás. La pregunta no es ¿Qué servicios puedo obtener de los otros? sino ¿Qué servicios pudo ofrecerles?. La historia nos dice que Santiago se convirtió en mártir al morir decapitado por orden de Herodes Agripa (Hech. 22:2) y Juan vivió en el destierro en constantes persecuciones. Al final, ellos comprendieron cuál es el precio del discipulado. Es el precio que nos toca asumir a todos los que hemos sido llamados a seguir al Maestro. Como vemos, una cosa es la gloria y la victoria a la manera de Jesús y otra la que el mundo impone con sus valores desencarnados y materialistas. La Iglesia del Señor está llamada a ser gloriosa y estar en constante victoria contra el mal. Para ello debe imitar a su Señor, Jesucristo. Ruego al señor que nos libre de toda tentación de querer ocupar puestos por el solo de hecho de figurar o aparentar tener poder entre los demás. Que nuestro servicio sea desapercibido pero eficaz. Amén.

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