jueves, 16 de mayo de 2013

JESÚS ES LA LUZ QUE NOS LIBERA DE LAS TINIEBLAS (Juan 9:1-41) En este capítulo encontramos a Jesús fuera del templo, tuvo que salir a escondidas para no caer en manos de sus perseguidores que lo esperaban para apedrearlo (v. 8:59). Este capítulo 41 del Evangelio de San Juan, tiene tres secciones, las cuales las vamos a considerar en nuestra reflexión. 1. Curación a un ciego de nacimiento.- Esta sección de los versículos 1 al 12, pone a Jesús ante una disyuntiva: resolver si una enfermedad es resultado de algún pecado o es una oportunidad para que se manifieste la gloria de Dios. Es el caso que Jesús está de camino y ve a un hombre ciego de nacimiento y este hecho da motivo a que los discípulos le planteen una cuestión que responde a la época: la desgracia es consecuencia del pecado que Dios castigaba en proporción a la gravedad de la culpa. De ahí que la ceguera era una maldición. Jesús les responde que en este caso la ceguera no es el resultado del pecado, ni de él ni de sus padres; ésta es una ceguera natural. Pero también tiene un sentido simbólico, se debe a la acción de las tinieblas. Este hombre representa a los que desde siempre han vivido en la oscuridad, en la ignorancia y en la opresión. Sus padres le han transmitido su propia condición de vivir en las tinieblas. Jesús ve en la ceguera una ocasión para que se manifieste en este hombre la acción de Dios. Afirma que no es un castigo, y que Dios no es indiferente ante el mal; Él quiere que el hombre salga de su situación y le ayuda a ello. El ciego es un muerto en vida, nunca conoció la luz/vida. Ahora en él se va a mostrar la gracia y el poder de Dios, será una señal de cómo el Señor se manifiesta con los que han nacido y siguen privados de una vida en plenitud. Antes de manifestarse el poder de Dios, Jesús advierte a sus discípulos que han de unirse a su actividad. En el ciego va a manifestarse las obras de Dios por manos de Jesús, pero también los suyos han de realizarlas. Jesús subraya la necesidad de trabajar y la urgencia de la misión. Mientras es de día, es decir, mientras hay la posibilidad de trabajar, antes de que se acerque la noche, donde ya no hay posibilidad de hacer algo. La noche es el período de la tiniebla. Hay un tiempo de luz, cuando Dios se manifiesta ofreciendo su salvación, y hay otro tiempo en que la oportunidad pasa y se va, es la ausencia de la luz. La noche es el mundo sin Jesús, que es la luz. Él al decir: "Soy la luz del mundo" en realidad está diciendo una metáfora que define su misión como Mesías, referido en Isaías 42: 6ss y 49:6ss "como luz de las naciones y abrir los ojos de los ciegos". Ahora bien, aclarado el asunto del ciego, Jesús pasa del discurso a la acción. Lo hace de una forma natural y sencilla, utilizando la tierra y la saliva. Va a realizar un milagro, pero a la vez hay un símbolo en ello: el barro va a simbolizar la creación del nuevo hombre. La saliva representará su espíritu. Por otro lado, Jesús toma los elementos de la medicina popular de su tiempo, en el cual se creía que la saliva tenía poder curativo y era de uso común. Jesús al untar al ciego con el barro en los ojos, representará el proyecto de Dios realizado, cuya encarnación es Jesús mismo. La curación no será automática, el ciego tendrá que poner su parte y esto se concretará yendo a la piscina, según la orden de Jesús. La piscina representa la fuente bautismal cristiana. El hombre siguió las instrucciones de Jesús y obtuvo la vista; ahora tiene vida en plenitud, ha sido liberado de las tinieblas. Es ahora un hombre nuevo. Esta es la señal de la salvación anunciada por el profeta Isaías (29:18ss; 35:5,10; 42:6-7; 49:6-9a; 60:1; 61:1-2). Algo de esto nosotros también hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. Vivíamos en las tinieblas y ahora vivimos en Su luz admirable. Ante el milagro realizado, la gente se queda perpleja al ver a este hombre, que de mendigo y ciego, ahora es un hombre libre y con vida plena. La gente lo identificaba, no como ciego, sino como un mendigo sentado, es decir, por su condición social: un hombre inactivo y dependiente. La vecindad no puede distinguir entre el viejo hombre y el nuevo hombre; entre el hombre esclavo y el hombre libre. Todo este acontecimiento genera curiosidad de la gente y quiere saber dónde está Jesús. La señal salvífica suscita una esperanza en el pueblo y ahora quieren encontrarlo. 2. La incredulidad de los fariseos.- La gente, a pesar de ser testigo de lo acontecido con este hombre, muestra su ambigüedad. Por un lado quiere encontrar a Jesús, pero por otro lado acude a los fariseos con intenciones no muy santas. Quieren saber si lo hecho por Jesús en el día de reposo está bien o está mal. Ahora bien, ¿por qué a ellos? Simplemente ellos eran dirigentes muy activos y tenían el control sobre el pueblo en todo sentido. Estos fariseos ven en este acontecimiento una gran oportunidad para acusar a Jesús de haber violado la Ley, en realidad no les interesa el hecho de la curación, sino el cómo se ha hecho, porque es ahí donde pueden verificar si ha habido infracción o no. La respuesta de este hombre es breve, no quiere dar más de detalles, para él Jesús lo sanó y eso basta. Su respuesta genera división entre ellos. Para un grupo, la observancia de la ley es el único criterio válido. Según ellos, a Dios no le interesa el sufrimiento del hombre o si éste está inválido; lo inviolable, el valor supremo, es la Ley. Para el otro grupo de fariseos, dudan si Jesús es un pecador, que equivale a ser impío; ya que ¿cómo se podría explicar que siendo pecador puede hacer milagros?. Ante la duda y la división entre ellos, deciden preguntarle al hombre sanado su parecer, como testigo de excepción. Él con toda sencillez expresa: "Jesús es un profeta", similar a lo que dijo la mujer samaritana en una oportunidad (cf. Jn. 4:19). Como puede verse, estos fariseos, que son cómplices con el orden injusto, pertenecen al mundo de las tinieblas, no creen ni quieren ver el gran milagro realizado por Jesús, el Salvador, porque contrasta con sus convicciones y derriba sus sistema teológico. La ideología, que está constituida en prejuicios y privilegios, es para ellos indiscutible y por eso los ciega terriblemente. Están atrincherados en ella, deforman o niegan la realidad. Tal es su desesperación que llaman a los padres del antes ciego para descubrir si hay o no fraude. Si no lo hay habrá que recurrir a un a priori teológico que justifique su postura. Para su sorpresa de ellos, los padres confirman el hecho de que su hijo nació ciego, pero no saben quién lo ha sanado. Los remiten a su propio hijo; en realidad sienten temor de ser cómplices de Jesús y que por ello sean expulsados de la comunidad judía. Los padres no pueden expresar su alegría por la curación de su hijo, ni mostrarse agradecidos a Jesús. Impera el miedo por doquier, estas personas viven atemorizadas, no se atreven a desafiar a sus dirigentes, ellos tienen el poder y la última palabra en todas las cosas. Hay frustración entre ellos, no han podido demostrar fraude en el hecho de la curación. Los padres han confirmado que su hijo nació ciego. Los fariseos quieren ahora evitar el testimonio del hombre en favor de Jesús, lo que desprestigiaría a su institución. Quieren intentar que renueve su lealtad a ellos, en contra del que le ha dado la vista. Los antes divididos han llegado a un consenso: "A nosotros nos consta que ese hombre es un pecador" Vemos aquí el conflicto entre la verdad del hecho salvífico y el prejuicio teológico, al final este último vence. Defienden su postura, negando la evidencia. Son los enemigos de la luz; con la mentira intentan extinguirla. Muchas de estas cosas se repiten hoy en día en nuestra sociedad actual. Pareciera que las tinieblas prevalecieran ante la luz. Ante el interrogatorio acosador, el hombre responde: "Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora no" Él no quiere meterse en cuestiones teológicas. Sólo sabe que su estado actual es mucho mejor que el de antes y eso no puede negarlo. Sin embargo, ellos insisten vanamente, lo que demuestra intranquilidad por parte de estos conocedores de la Escritura, al comprobar el cumplimiento de las profecías anunciadas por Isaías. Ante la insistencia, el hombre redimido y liberado de las tinieblas, se permitió hacerles una pregunta irónica: ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos? Esta pregunta saca de quicio a los fariseos y los pone al descubierto. Recurren a la violencia verbal y al insulto. Se oponen a la verdad, rechazan la luz y se refugian en su tradición, en su ideología para no aceptar la novedad que es Jesús. Hacen del personaje Moisés un absoluto, olvidando que él mismo anunció la realidad que traía Jesús. Argumentaban su rechazo a Jesús: "De Moisés nos consta; de ese no". No quieren reconocer en Jesús las buenas nuevas de liberación anunciada por él mismo al comienzo de su ministerio (cf. Lc. 4:16-21). Este personaje desconocido hasta ese momento, ridiculiza el argumento de los dirigentes judíos y les propone un criterio muy simple para salir de su dificultad. Utiliza una teología popular: "Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad a ése oye" Aquí se produce el clímax del interrogatorio; los dirigentes se encuentran acorralados y pierden los estribos. Vuelven a afirmar su superioridad, pasan al insulto y deforman la realidad. Ellos son los poderosos, no tienen nada que aprender de este pobre hombre. Ellos lo saben todo y encuentran respuestas teológicas para todo, hasta para negar la evidencia. Finalmente, se recurre a la violencia y no a la razón. Lo expulsan de su comunidad. No pueden aceptar la verdad y ahora este hombre les resulta un estorbo, un peligro, un obstáculo para sus intereses. Rechazan a Jesús y a los que le siguen. Así como Jesús tuvo que salir del templo, así también los suyos seguirán el mismo camino. No hay otra alternativa. 3. El reencuentro feliz de Jesús con el hombre sanado y rechazado.- Jesús sale al encuentro de este hombre marginado y despreciado por todos, es el débil de la comunidad, es el que ha resistido la prueba y la tentación de los poderosos. Jesús nunca abandona al que le ha sido fiel. Jesús lo confronta con su persona, la luz del mundo. La pregunta: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? es muy importante, ya que la respuesta es fundamental para el seguimiento. La fe es el fundamento para adherirse a él, no hay otro camino. Jesús le está preparando el camino. Este hombre aún no tenía conciencia de quién era Jesús y ahora quiere saberlo para expresarle su fe. Ahí en ese momento, Jesús se le revela, tal como lo había hecho a la mujer samaritana (cf. Jn. 4:26). Él es la luz del mundo, el Salvador. Como resultado de este encuentro el ciego curado se entrega al Señor Jesús y le rinde el verdadero culto al Hijo de Dios. Por último, se produce el desenlace del relato al establecer Jesús el juicio divino; invierte el orden establecido, los ciegos ven y los que ven se volverán ciegos. Aún existe la incredulidad, pero el juicio ya sido hecho. La sentencia de Jesús es: "Si antes se creían sin pecados, ahora lo están". Ellos están ciegos, no pueden ver la luz y no sólo no quieren ver, sino que imponen sus mentiras como verdad. Por eso el profeta Isaías expresaba: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!" Por todo ello es que el pecado aún permanece. Que el Señor Jesús nos ayude a seguirle como la luz entre las tinieblas y nos guíe a ser verdaderos testigos de su amor y redención; que podamos proclamarle a todo aquel que aún no le conoce. Amén.

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